Según la segunda acepción del Diccionario de los
“inmortales” de la RAE, la palabra salpicadero se define como “En el
pescante de algunos carruajes, tablero colocado en la parte anterior para
preservar de salpicaduras al conductor”.
Pues esto es lo que tenía que poner en el Senado y en
el Congreso esta banda que nos desgobierna: un salpicadero para no manchar a
los políticos de otros partidos.
Como ya saben, Su Sanchidad acudió el otro día al
Senado después de varios meses. Después de esta larga ausencia, y ante la
situación escandalosa en la que está inmerso él y su partido, no tuvo la
vergüenza de contestar a ninguna pregunta hecha por la oposición. Lo que sí
tuvo vergüenza, más bien desvergüenza, fue el desprestigiar y desacreditar a
sus opositores y opositoras políticos y políticas. Para esto, y para otras
cosas, no hay salpicadero que valga, oiga.
En fin, mientras no se eche de la poltrona monclovita
a este aprendiz de brujo que tenemos, las cosas irán de peor en peor.
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