Después de cuarenta
años de trabajo, recordamos antiguos compañeros y jefes. Los hubo buenos,
malos, regulares y pésimos.
Pero los peores, sin duda alguna, eran los de la adscripción política. Eran auténticos mercenarios de altos jefes. Su inquebrantable sumisión rayaba en el fanatismo. Siempre obedecían y nunca protestaban. Ante el dilema entre lealtad laboral y política, no tenían dudas: la política por encima de todo. La empresa pública era así, oiga.
Podían
flaquear en algún aspecto, pero en el terreno de las convicciones eran
cuadriculados: no admitían ninguna observación ni crítica.
Presumían de
dialéctica, pero en realidad lo que tenían era la última palabra como jefes que
eran. De esta manera se terminaba cualquier asunto que se debatiera.
Hubo quien nos
delató por intentar apartarle de su abnegado camino como militante del PC.
Muchos de
ellos han fallecido. Que Dios les guarde.
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