jueves, 21 de octubre de 2010

Así te veo, madre


Toda mi vida está impregnada de ti, madre. En la distancia, así te veo.

Rostro de mejillas como la grana, de piel suave y tersa que invita a besar y acariciar.

Ojos de mirada dulce y, todavía, chispeantes. Ojos que hablan.

Labios que mantienen su turgencia y que siguen dibujando una tierna y reconfortante sonrisa. Labios que besan.

Labios que recorren y perfilan una boca dócil, que se llena de silencios más que de palabras, y que cuando llegan a salir saben a nada y a todo.

Oídos musicales, llenos de color y sonido, cada uno en su tono preciso, y hoy mitigados por el tiempo.

Manos juveniles y de piel inmaculada, que aún lucen orgullosas dedos de gran pianista.

Manos que guardan toda una vida.

Brazos que no han perdido su capacidad para abrazar, y piernas aún firmes para caminar.

Cuerpo frágil y vencido hacia la tierra, pero que mantiene fuerte su voluntad y alta su cabeza -que nunca altiva-.

Mente sana y despierta. Placidez de ánimo.

Corazón casi centenario que, aunque cansado, se esfuerza lo mejor que puede en su trabajo. Corazón tierno, nunca petrificado.

Alma inocente, honesta y bondadosa.

Alma que espera. Alma que reza.

Isabel Fernández Bernaldo de Quirós

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