Como ya hemos dicho en alguna ocasión, estamos ante
una crisis tan acentuada que es una “crisís”. Dicha palabra se ha colado de tal
forma entre la gente, que todo el mundo
opina sobre ella y, claro, según el medio en que aparezca, y según también el
gobierno que esté en la poltrona, la
“crisís” puede ser más o menos llevadera, puede ser más o menos exagerada o,
incluso puede negarse, como está ocurriendo en estos momentos.
Llama la atención oir a gente ignorante, que escriben
y hablan sin el menor conocimiento, emplear términos tales como hipotecas,
déficit, deflación, etc., sin tener ni idea de lo que significan estos
conceptos. Pero el colmo es cuando se oyen palabras en inglés tales como “funds”,
“subprime”, etc, etc. Las “reflexiones” sobre el asunto siempre van en una
misma dirección: arremeter contra la iglesia, el capital, los banqueros, el
imperialismo y demás monsergas marxistas. Contra los políticos, a pesar de su desprestigio,
y según el partido a que pertenezcan, se puede arremeter con mayor o menor
intensidad. De suprimir las autonomías, el senado, la monarquía, las
subvenciones a los sindicatos, verdaderos cánceres económicos todos ellos, casi
nadie comenta nada.
Otro asunto del que casi nadie habla es la falta de
“feeling” (nosotros también tenemos derecho a emplear el inglés, oiga) entre el
Estado y los mercados. Claro que al oir hablar de mercados mucha gente se pone
catatónica y ciclotímica. Mientras no haya entendimiento y cierta colaboración
entre Estado y Mercado, se irá a la deriva: el uno será más lento que el
caballo de un fotógrafo, mientras que el otro irá a velocidad supersónica,
ocasionando el consabido conflicto social.
Ante esta situación de “crisís”, no cabe duda de que
hay gente optimista que dice que se ha salido de otras peores y por qué
demonios no se va a salir de ésta. El razonamiento no está mal, pero claro,
estos optimistas desconocen, o no mencionan, que el escenario de la actual
“crisís” nada tiene que ver con los anteriores, pues en estos momentos las
mentadas autonomías, senado, monarquía y subvenciones sindicaleras, no existían
en otros escenarios. Y no hablemos de las corrupciones actuales.
No cabe duda de que por mucho optimismo que se quiera
echar al asunto, está “crisís” no es como las otras. Ahí tenemos el asalto a
supermercados, hoteles y la que te rondaré morena. Sobre este asunto sería muy
interesante leer de “La rebelión de las
masas”, de Ortega y Gasset, el capítulo intitulado “Por qué las masas intervienen en todo, y por qué sólo intervienen
violentamente”. Pero, claro, pedir esto a los “opinadores” y optimistas,
“optimistos” y “optimistes” de turno, es como pedir peras no al olmo, sino a la
mismísima secuoya.
Puede que todo este maremágnum provenga del estilo de
vida que se ha querido implantar desde hace algunos años. Lo decía Juan Pablo
II en la “Centesimus Annus”:
“Un
estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a
ser, y que quiere tener más, no para ser más, sino para consumir la existencia
en un goce que se propone como fin en sí mismo”. También decía: “Es necesario esforzarse por
implantar estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de
la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un
crecimiento común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo,
de los ahorros y de las inversiones”
Y el
Papa anterior Benedicto XVI, apuntaba en su día: “Quizás nunca como ahora la sociedad
civil comprende que sólo con estilos de vida inspirados en la sobriedad, en la
solidaridad y en la responsabilidad es posible construir una sociedad más justa
y un futuro mejor para todos”.
En resumen: para salir de la crisis no hacen falta
soluciones drásticas e impopulares, sino recuperar ciertos valores que en estos
momentos están por los suelos. Y los políticos y los economistas de esto no
saben o no quieren saber nada. Si no se recuperan los citados valores,
seguiremos en la cueva.
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