El título
completo del libro es “Rusia inacabada.
Las claves de la caída de un sistema político y el resurgir de un nuevo país”,
obra de Hélène Carrère D’Encausse, editorial Salvat Editores, 2.001, 332
páginas.
Antes de continuar, y como ya sabrán, Hélène Carrère D’Encausse es una historiadora francesa de origen ruso-alemán, que acaba de obtener el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2023. Es doctora honoris causa por varias universidades del mundo, además de ser miembro de diversas academias. Gracias a ella, y a algún escritor más, se conoce actualmente la verdadera historia de la destartalada URSS. Aprovechamos la ocasión para felicitarla, ya que próximamente cumplirá 93 años, si Dios quiere. Nació en julio de 1929.
Dicho lo
anterior, vamos a comentar someramente la obra que hemos citado, obra que trata
del desastre del sistema comunista que tuvo esclavizado a casi 200 millones de
habitantes durante 75 años. Libro recomendado para los “historieteros” del
régimen y para esos pensadores químicos marxistas, pedantes infumables ellos,
que aún siguen por ahí defendiendo con unas y dientes aquel terrorífico
sistema.
En las páginas
9 y 10 se lee:
“En el año
1.989 Francia celebra el bicentenario de la Revolución. En ese mismo momento,
en el otro extremo de Europa, la URSS se hace eco de estas celebraciones,
poniendo de manifiesto con su propia existencia la perpetuación del mensaje de
Robespierre. Más de siete decenios han transcurrido desde que, invocando la
Revolución francesa y la Comuna de París, Lenin se hizo con el poder en el
territorio ruso. Su autoritarismo dio origen a un poderoso sistema estatal que,
por primera vez en la historia de las revoluciones, proclamó la supremacía de
la inmutabilidad ¿No dio pruebas la URSS de la capacidad de los revolucionarios
no sólo para estremecer el mundo, sino también para transformarlo de una manera
duradera creando pueblos nuevos y, sobre todo, un hombre nuevo, el homo sovieticus? o, yendo más lejos, ¿el homus communismus? La URSS quiso convertirse en el símbolo
semántico de este nuevo mundo, en el que un país ya no llevaba el nombre de la
tierra o de los pueblos, sino el del proyecto político del que era portador. De
esto modo, Rusia dio paso a la tierra del socialismo y de los soviets, signo
irrefutable de una ruptura con la Historia”.
En la página 5
se lee:
“Las repúblicas sólo tenían de Estados la
apariencia, ya que la autoridad de hecho estaba en manos de un poder central y
centralizador. Y en concreto, Rusia, la más importante de todas las repúblicas
por el espacio que ocupaba y por la población, ni siquiera disfrutaba de un
aparente estatuto de soberanía equivalente al de las demás; se identificaba con
la URSS. El centro político del sistema, Moscú, también era la capital de la
república”.
En las páginas
268 y siguientes, se lee:
“Esta captación total del poder por una minoría, que recuerda el lejano
pasado de Rusia, estuvo acompañada por el restablecimiento de la propiedad
estatal que abarcaba todos los bienes del país: en cierta manera, una vuelta al
Estado patrimonial. Una vez abolida la propiedad privada, toda la riqueza
nacional fue de nuevo propiedad pública. Sector
público y Partido son aquí
nociones confusas, ya que es el Partido-Estado el que ejerce, a partir de
1.918, un dominio y un control ilimitados sobre todos los recursos
económicos. Sin duda, dirán, el hombre se librará de este dominio, y en la
libertad de los individuos, principal reclamo al principio de la revolución,
estribará toda la diferencia con el pasado. Pero, si en un primer momento –
hasta el giro radical de la colectivización – el argumento todavía podía ser
admisible, pese a las restricciones que ya constreñían a los individuos, la
ruptura de 1.929 también puso en tela de juicio este postulado. La
colectivización que obliga a todos los campesinos a entrar en estructuras
laborales y de vida colectivas – koljoses y sovjoses – los convierte de nuevo,
como antes de 1.861, en ciudadanos que obedecen a un estatuto particular. El
campesino soviético tampoco tiene derecho a elegir su forma de vida, está
ligado a la comunidad rural de la que forma parte; no puede dejarla por la
ciudad, excepto si está autorizado a ello; ni siquiera puede desplazarse sin el
permiso expreso y temporal de quienes ostentan la autoridad en su koljós o en
su sovjós. Para impedir a los campesinos tomar otros derroteros – por no hablar
del nomadismo tradicional - , el poder soviético los priva del pasaporte
interior instituido en 1.932, documento de identidad necesario para
cualquier desplazamiento”.
Es muy
interesante lo que se lee en el Capítulo I I intitulado “Rusia bajo los escombros”, y dentro de éste el apartado “Rusia y sus demonios”.
Como ya hemos
dicho en otras ocasiones, hemos leído varios libros sobre el marxismo y el
comunismo, algunos de ellos comentados en este blog. Probablemente este que
estamos comentando, es uno de los que más y mejor han explicado, con abundante
documentación, todo el terror y el horror del sistema comunista.
Así, nos habla la autora de los siniestros personajes Lenin y Stalin, entre
otros; el terrible sistema militar que, con sus novatadas, produjo la muerte de
muchos soldados; la revolución de 1917; el derrumbe e implosión del sistema,
así como de sus dogmas políticos y sociales; la rebelión e insubordinación del
premio Nobel Solzhenitsin ante la bestial dictadura de aquel régimen opresor, etc,
etc.
En la última página del libro, se lee el siguiente párrafo:
“Lo que los rusos esperan hoy día ver surgir de sus largas decepciones y de
sus renovadores esfuerzos, es una Rusia civilizada que se incorpore por fin y
de manera definitiva a las grandes naciones occidentales”.
A pesar de todo lo expuesto en esta obra, y en otras que ya hemos comentado,
aún quedan personas que, atrincheradas en su búnker ideológico, añoran el
sistema comunista y pretenden instaurar una dictadura que nos llevaría de nuevo
al totalitarismo marxista.
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