Terminábamos nuestro anterior
artículo diciendo que al nazismo y al comunismo se les trata de modo diferente,
a pesar de ser ambos dos regímenes totalitarios y criminales, como ya está
dicho. En la página 67 se puede leer:
“Se hacen burlas del «anticomunismo primario» y se
alaba a los comunistas porque, al menos, combatieron a Hitler, pero a nadie se
le pasaría por la cabeza ironizar sobre el ‘antinazismo primario’, ni alabar a
los nazis por haber combatido al menos a Stalin. Se califica al estalinismo de
‘desviación’ del ideal comunista, mientras que a nadie se le ocurre ver en el
nazismo una ‘desviación’ del ideal fascista. Se tenía derecho a equivocarse
sobre el comunismo, pero no sobre el nazismo. En suma, cualquier compromiso
con el nazismo desacredita absolutamente, mientras que los compromisos con el
comunismo siguen siendo considerados faltas comunes y veniales.
No sólo la denuncia del nazismo sobrepasa a la del comunismo,
sino que tiende paradójicamente a incrementarse conforme va pasando el tiempo.
Más de cincuenta años después de la caída del III Reich, los crímenes nazis,
no los crímenes comunistas, son objeto de una ininterrumpida avalancha de
libros, películas, emisiones de radio y televisión. ‘La damnatio memoria’ del
nazismo —subraya Alain Besancon—, lejos de conocer la menor prescripción parece
agravarse de día en día’. Más de medio siglo después de su muerte, Hitler
prosigue una brillante carrera en los medios de comunicación, mientras que
Stalin ya está casi olvidado”.
En la página 71, también se
lee:
“En el pasado, a los antifascistas siempre se les
creyó de inmediato, mientras que quienes denunciaban el comunismo eran
considerados a menudo como fabuladores o espíritus partidistas. El 13 de noviembre
de 1947, después de que Victor Kravchenko hubiera desvelado, en “Yo escogí la
libertad” ( I ), la realidad del sistema soviético de campos de
concentración, el periódico comunista Les Lettres Francaises lo trató
inmediatamente de ‘falsificador» y de «borracho’. Ello dio lugar a un juicio
por calumnias, que tuvo lugar en París del 24 de enero al 4 de abril de 1949.
Margarete Buber-Neuman atestiguó en dicho juicio el 23 de febrero. Al explicar,
basándose en sus vivencias personales, que no hay ninguna diferencia de
intensidad entre los campos soviéticos y los nazis, se hizo tratar de cómplice
de los nazis. El antiguo deportado y resistente David Rousset, que dio
igualmente su apoyo a Kravchenko, fue acusado asimismo por Fierre Daix de haberse
‘inventado los campos soviéticos’. En el proceso que entabló en 1950 contra
Lettres Frangaises, Marie-Claude Vaillant-Couturier declaró: ‘Sé que no existen
campos de concentración en la Unión Soviética, y considero que el sistema
penitenciario soviético es indiscutiblemente, en el mundo entero, el más
deseable de todos’ ”.
Y terminamos con lo que se
lee en las páginas 128 y 129:
“El totalitarismo institucionaliza de tal modo la guerra civil. Y como
los enemigos pronto se convierten en enemigos metafísicos, las posibilidades de
purga se hacen ipso facto inagotables. ‘El
terror propiamente dicho —escribe Claude Polin— comienza a existir cuando en cualquier momento a
todos se les puede decretar culpables sin haber transgredido ley alguna.’ El principio
básico del totalitarismo es la depuración como modo de administración de lo
social. El totalitarismo —escribe asimismo Polin— es una forma de organización
social ‘que no utiliza el terror, sino cuya esencia es el
terror.
El
rasgo fundamental en Lenin y sus sucesores es precisamente la concepción de la política como guerra civil. Este rasgo va incluso más lejos que la lógica
propia del nazismo, en la medida en
que éste combate sobre todo a enemigos
externos. En el sistema comunista, el enemigo es ante todo un enemigo interno, siendo ésta la razón por la que dicho sistema se entrega a la purga
permanente. En junio de 1919, Lenin
declaraba: ‘Sería una gran vergüenza
mostrarnos dubitativos y no fusilar por falta de acusados’ La frase es significativa. Prueba que la falta
de enemigos hace peligrar al sistema
mucho más que su existencia, siendo
necesario producirlos sin cesar para que el sistema se legitime a sí mismo mediante esta constante amenaza. En 1937-38, el poder soviético llegó a
fijar a ciegas cupos de individuos a deportar.
En total, entre 1934 y 1953, uno de
cada cinco hombres pasó por una colonia penitenciaria o por los campos.
La política comunista aparece de tal modo como una política de hostilidad hacia
toda una sociedad a la que, al mismo tiempo, incita a luchar contra sí misma
participando en la violencia de Estado. Dentro de semejante clima, sólo los
órganos de represión tienen la posibilidad de actuar según les plazca; sólo
disfrutan de plena libertad los encargados de hacerla desaparecer”.
Como decimos siempre, aunque seamos muy
pesados: este es otro libro recomendado para los de la "memoria histórica" y "democrática", para
los que añoran este terrible sistema y para los pedantes marxistas.
Como ya saben, el nazismo ya no existe,
mientras que el comunismo aún sigue en varios países, estando, además,
estabulado en muchas mentes, que siguen hablando del proceso de Nurenberg. Sin
embargo, al comunismo no se la hecho ningún juicio histórico. Sus 100 millones
de personas asesinadas, siguen esperando tal juicio.
( I ) .- Este libro de Victor Kravchenko lo tenemos comentado en este blog con fechas 15,
17, 19 y 21 de febrero de 2017.
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