Revolviendo
estos días en nuestra biblioteca, encontramos un libro que nos ha traído
recuerdos de nuestros tiempos de estudiante de latín, cuando traducíamos “La conjuración de Catilina”, o los
discursos de Cicerón al ser asesinado César: sus famosas “Filípicas”.
Dicho
libro se intitula “Cátulo POEMAS, Tíbulo
ELEGÍAS”, Editorial Gredos S.A. 2000, 283 páginas. Hojeándolo, y ojeándolo,
nos detuvimos en las páginas 64 y 67, ya que teníamos marcados y subrayados dos
poemas: el XXXVII y el XXXIX que, al volver a leerlos, nos han recordado la
sonrisa de cierto sujeto.
De dichos poemas, sólo haremos mención al XXXIX, en el que Cátulo hace una caricatura de
Egnacio, su rival, al que critica por sus inoportunas sonrisas esté donde esté.
Dice así:
“Egnacio, porque tiene dientes muy blancos, ríe
siempre y por cualquier cosa. Si nos acercamos al banquillo del
acusado, en
el momento en que el abogado defensor provoca el llanto, él se ríe. Si hay luto
ante la pira de un hijo piadoso, cuando su madre, sola, llora por su hijo único, él se ríe.
Ante cualquier cosa que ocurra, en
dondequiera que esté, por cualquier cosa que haga, se ríe. Tiene este vicio, ni correcto,
según creo, ni de buen gusto. Así que debo darte un consejo, buen Egnacio:
aunque fueras romano, sabino o tiburtino; o un grueso umbro o un obeso etrusco o un
lanuvino, moreno y de grandes dientes; o un transpadano, por citar también a los míos, o
cualquier otro que
lave bien sus dientes, sin embargo, no querría que tú te rieras siempre y por cualquier cosa, pues nada hay más
tonto que una risa tonta. Ahora bien, eres celtíbero. En la tierra de
Celtiberia, con lo que cada uno ha meado,
por la mañana suele frotarse los dientes y las rojas encías, de forma que,
cuanto más limpios estén esos dientes tuyos, tantos más orines proclamarán que
has bebido”.
Seguro que estarán pensando en alguien.
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