El título completo del libro es “Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin”, autor
Orlando Figes, Editorial Edhasa 2009, traducción de Mirta Rosenberg, 958
páginas.
En la contraportada se lee que el autor (Londres
1959), es profesor de Historia en el Birkbeck College, en la Universidad de
Londres, leyéndose también que es autor de varias obras que se han traducido a
más de quince idiomas.
El libro consta de varios apartados, tales como “Lista de ilustraciones”, “Mapas”, “Árboles
genealógicos”, “Introducción”, “Fuentes/Archivos”, “Palabras finales y
agradecimientos”, “Notas”, e “Índice onomástico”, y de nueve Capítulos
todos ellos interesantísimos, destacando el 4, “El gran terror (1937-1938)”, páginas 331 a 447; el 5, “Las huellas del terror (1938-1941)”,
páginas 449 a 525, y el 7, “Estalinistas
comunes (1945-1953)”, páginas 625 a 726.
El libro no tiene desperdicio. Nos narra el autor todo
el terror y violencia impuesto por el sistema, y el miedo que sentía la gente,
así como las vidas tanto de las víctimas asesinadas como la de los asesinos.
El terror era tal, que funcionarios y miembros del
partido sentían verdadero miedo. En la página 336, dentro del Capítulo 4, “El Gran Terror (1937-1938)”, se lee:
“Varios
miles de funcionarios de la Comintern y comunistas extranjeros fueron
arrestados en 1937-1938. Los partidos comunistas alemán, polaco, yugoslavo y
báltico fueron prácticamente aniquilados. El en cuartel general de la Comintern
y en el Hotel Lux de Moscú, donde vivían
muchos funcionarios de la Comintern, cundió tanto el pánico que, según las
palabras de un funcionario, ‘muchos están medio locos y son incapaces de
trabajar a causa del miedo permanente’ ”
En la página 345 se lee que cuando un líder del
partido era arrestado, automáticamente todas las personas que estaban en su
entorno social también eran arrestadas, leyéndose en la siguiente página que “De los 139 miembros del Comité Central
elegidos en el X V I I Congreso del Partido en 1934, 102 fueron arrestados y
fusilados, y otros cinco se suicidaron en 1937-1938; además, en esos años se
encarceló al 56 por ciento de los delegados del Congreso. El Ejército Rojo fue
diezmado todavía más: de los 767 miembros de alta jerarquía (comandantes de
brigada y rangos superiores), 412 fueron ejecutados, 29 murieron en la cárcel,
3 se suicidaron y 59 siguieron en prisión”.
En la página 350 se nos habla de que “la
mayoría de las personas estaban paralizadas por el miedo. Estaban hipnotizadas
por el poder dela NKVD, a la que creía omnipresente, que ni siquiera podían
considerar la posibilidad de resistirse o de escapar”, leyéndose a
continuación un ejemplo sobre dicho hipnotismo:
“.
. . el conejo hipnotizado por la serpiente. . . Todos éramos como conejos y
reconocíamos el derecho de la serpiente a engullirnos. . .”
En la página 660, dentro del Capítulo 7 “Estalinistas comunes (1945-1953)”, se
lee cómo un de los “intelectuales” favoritos de Stalin, Simonov, se puso al
cargo de una delegación de periodistas del Kremlin que fueron enviados a EE.UU.
en 1946 para hacer campañas de propaganda. La experiencia del mentado Simonov
queda aquí reflejada:
“Ese
viaje le permitió experimentar por primera vez lo que significaban los
privilegios del gobierno. Quedó atónito ante la gran suma que recibió para el
viaje; tal vez incluso lo perturbó la enorme disparidad que existía entre su
propia situación y las condiciones en que vivía el ciudadano de a pie en la
Unión Soviética. Simonov se deleitó con los placeres de Occidente. En Estados
Unidos fue recibido como una celebridad internacional”, diciéndonos
el autor a continuación que “Simonov fue
fotografiado en compañía de estrellas como Gary Cooper y Charlie Chaplín, con
quien estableció un regular intercambio epistolar”. Sin comentarios. Los
“idiotas útiles” los hubo y los habrá toda la vida.
También se lee en este magnífico libro, las hambrunas
y miserias que padecía el pueblo en manos de este criminal y terrorífico
régimen, tan añorado en los tiempos de la I I República Española: “Amigos de la
Unión Soviética”, “Avenida de la URSS”, “¡Viva Rusia!”, o “Como en Rusia” ¿Se
acuerdan?
Probablemente se pregunten el por qué del título de “Los que susurran”. El mismo autor lo
explica diciendo que en el idioma ruso hay dos palabras definitorias de
“susurrante”: el “shepchushchii”, que es el que habla en voz baja, el que susurra,
porque tiene miedo que le escuchen, y el “sheptun”, que es el chivato del
régimen, es decir, el que informa a espaldas. Sería como un “chota” cubano.
Como siempre decimos, recomendamos leer
este magnífico libro, sobre todo lo recomendamos a los de la internacional de
la mentira, del odio y del terror, que aún anda por ahí añorando aquel bestial
régimen.
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