Terminábamos nuestro anterior
artículo sobre este libro con lo que se leía en la página 25: “El comunismo ha destruido más vidas humanas
aún que el nazismo, y sin embargo continúa prevaleciendo la opinión de que el
nazismo ha sido, de cualquier forma, algo mucho peor que el comunismo”.
Esto, desde luego, tiene que
ver con la machacona propaganda marxista que en los tiempos de la URSS invadía medio mundo. Para
la condena del nazismo y para la absolución del comunismo, se recurría, y se
recurre, a un argumento muy pobre, pero que cala muchos en las mentes que no
piensan: el de las buenas intenciones. Es decir, el comunismo era el defensor
de los pobres y actuaba por “amor” a éstos y a la humanidad, mientras que el
nazismo actuaba por racismo, discriminación y odio, cuando precisamente el
campeón del odio es el marxismo. No hay nada más que leer a Lenin, a Stalin, a
Marx o al mismísimo Che Guevara. Se mire por donde se mire, los dos sistemas
son a cuál más criminal. Lo otro es propaganda. Sobre este asunto, en el
capítulo IV, página 31, se lee:
«Tenemos derecho a preguntarnos –escribe Stéphane
Courtois– por qué el hecho de matar en nombre de la esperanza en 'alegres
amaneceres' es más excusable que el asesinato vinculado a una doctrina racista.
En qué la ilusión – o la hipocresía – constituyen circunstancias atenuantes del
crimen de masas”.
Según sus fámulos y voceros,
el comunismo es una idea generosa. Sobre esto en la página 33 se lee:
“ . . . si en nombre de una idea ‘generosa’ puede
asesinarse el cuádruple de gente que en nombre de una doctrina de odio, quizá
vaya siendo hora de empezar a desconfiar de la generosidad”.
Que nadie intente engañar
(algunos pedantes infumables marxistas son maestros en ello): el comunismo es lo
que es y existe, al igual que el nazismo fue lo que fue y existió en su día. Dejémonos
de idealismos infantiles y pueriles: una cosa es la apariencia y otra es el mundo
real del sistema, que es falso, engañoso y mentiroso. Así, en el capítulo V,
página 35, se lee:
“No basta con decir que el comunismo es una buena idea
que ha terminado mal. Hay que explicar además cómo ha podido terminar mal; es
decir, hay que preguntarse cómo una buena idea, lejos de inmunizar contra el
horror, no le impide realizarse menos que una mala idea ¿Cómo ha sido posible
perseguir en nombre del bien, abrir campos de concentración para liberar al
hombre e instaurar el terror en nombre del progreso? ¿Cómo la esperanza ha
podido virar hacia pesadilla?”
El terror es un elemento consustancial
al comunismo. En los sitios que se ha implantado, y en los que intentó hacerse
con las riendas del poder, ha habido terror, promoción del mismo e incitación
al crimen. Como muestra “nuestra”, las palabras del criminal Carrillo en un
mitin en plena república española: “¡Muera
el gobierno, muera la burguesía!”
Además, el terror rojo se
implantó en el mismísimo momento de la revolución de 1.917. Claro que para “los
nuestros” los crímenes del comunismo no son tan condenables como los del nazismo
¿Es que hay diferencia entre asesinar vilmente por asunto de “raza”, y el
asesinar por asunto de “clase”?
Luego está el manido tema de
que si se ataca y se critica al comunismo es para favorecer a la derecha.
Paupérrimo argumento, si es que se le puede catalogar como tal. A tal efecto,
se puede leer en el capítulo X, página 56:
“Si seguimos a Colombani, es evidente que habría que
prohibir toda investigación histórica que amenazara con alimentar malos
pensamientos. Seguimos así los pasos de Jean-Paul Sartre cuando pretendía que
había que guardar silencio sobre los campos soviéticos ‘para no desesperar a
Billancourt.’ Estas gentes -observa Courtois- todavía no han roto con esa
cultura de comisario político que emponzoña el mundo editorial».
En el próximo y último capítulo
veremos, entre otras cosas, cómo al nazismo y al comunismo se les trata de modo
diferente, a pesar de ser ambos dos regímenes totalitarios y criminales, como
ya está dicho.
Continuará.
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