viernes, 4 de agosto de 2023

“Comunismo y nazismo” ( I I )


 

Terminábamos nuestro anterior artículo sobre este libro con lo que se leía en la página 25: “El comunismo ha destruido más vidas humanas aún que el nazismo, y sin embargo continúa prevaleciendo la opinión de que el nazismo ha sido, de cualquier forma, algo mucho peor que el comunismo”.

Esto, desde luego, tiene que ver con la machacona propaganda marxista que en los tiempos de la URSS invadía medio mundo. Para la condena del nazismo y para la absolución del comunismo, se recurría, y se recurre, a un argumento muy pobre, pero que cala muchos en las mentes que no piensan: el de las buenas intenciones. Es decir, el comunismo era el defensor de los pobres y actuaba por “amor” a éstos y a la humanidad, mientras que el nazismo actuaba por racismo, discriminación y odio, cuando precisamente el campeón del odio es el marxismo. No hay nada más que leer a Lenin, a Stalin, a Marx o al mismísimo Che Guevara. Se mire por donde se mire, los dos sistemas son a cuál más criminal. Lo otro es propaganda. Sobre este asunto, en el capítulo IV, página 31, se lee:

 «Tenemos derecho a preguntarnos –escribe Stéphane Courtois– por qué el hecho de matar en nombre de la esperanza en 'alegres amaneceres' es más excusable que el asesinato vinculado a una doctrina racista. En qué la ilusión – o la hipocresía – constituyen circunstancias atenuantes del crimen de masas”.

 Según sus fámulos y voceros, el comunismo es una idea generosa. Sobre esto en la página 33 se lee:

 “ . . . si en nombre de una idea ‘generosa’ puede asesinarse el cuádruple de gente que en nombre de una doctrina de odio, quizá vaya siendo hora de empezar a desconfiar de la generosidad”.

 Que nadie intente engañar (algunos pedantes infumables marxistas son maestros en ello): el comunismo es lo que es y existe, al igual que el nazismo fue lo que fue y existió en su día. Dejémonos de idealismos infantiles y pueriles: una cosa es la apariencia y otra es el mundo real del sistema, que es falso, engañoso y mentiroso. Así, en el capítulo V, página 35, se lee:

 “No basta con decir que el comunismo es una buena idea que ha terminado mal. Hay que explicar además cómo ha podido terminar mal; es decir, hay que preguntarse cómo una buena idea, lejos de inmunizar contra el horror, no le impide realizarse menos que una mala idea ¿Cómo ha sido posible perseguir en nombre del bien, abrir campos de concentración para liberar al hombre e instaurar el terror en nombre del progreso? ¿Cómo la esperanza ha podido virar hacia pesadilla?”

 El terror es un elemento consustancial al comunismo. En los sitios que se ha implantado, y en los que intentó hacerse con las riendas del poder, ha habido terror, promoción del mismo e incitación al crimen. Como muestra “nuestra”, las palabras del criminal Carrillo en un mitin en plena república española: “¡Muera el gobierno, muera la burguesía!”

 Además, el terror rojo se implantó en el mismísimo momento de la revolución de 1.917. Claro que para “los nuestros” los crímenes del comunismo no son tan condenables como los del nazismo ¿Es que hay diferencia entre asesinar vilmente por asunto de “raza”, y el asesinar por asunto de “clase”?

 Luego está el manido tema de que si se ataca y se critica al comunismo es para favorecer a la derecha. Paupérrimo argumento, si es que se le puede catalogar como tal. A tal efecto, se puede leer en el capítulo X, página 56:

 “Si seguimos a Colombani, es evidente que habría que prohibir toda investigación histórica que amenazara con alimentar malos pensamientos. Seguimos así los pasos de Jean-Paul Sartre cuando pretendía que había que guardar silencio sobre los campos soviéticos ‘para no desesperar a Billancourt.’ Estas gentes -observa Courtois- todavía no han roto con esa cultura de comisario político que emponzoña el mundo editorial».

 En el próximo y último capítulo veremos, entre otras cosas, cómo al nazismo y al comunismo se les trata de modo diferente, a pesar de ser ambos dos regímenes totalitarios y criminales, como ya está dicho.

 Continuará.



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