Aunque
los principios económicos marxistas hayan sido un rotundo fracaso, sin embargo
los principios filosóficos aún siguen estabulados en algunas mentes y continúan
oprimiendo a buena parte de la población mundial, aunque cada vez menos.
Como
ya se sabe, el marxismo pretendía crear un “hombre nuevo” y “transformar” la
sociedad, creando para ello unas bases ideológicas. En la concepción que el
marxismo tiene del Hombre, está el quid del concepto económico marxista. Si
todos los órdenes (económico, social, político, etc) deben estar al servicio
del ser humano, para el marxismo el hombre solamente es un instrumento, una
especie de engranaje en la sociedad controlada, amordazada y asfixiada por el
Estado.
El
marxismo defiende que el hombre, con un origen y genealogía simiescos tal y
como aportó Darwin casi contemporáneamente a Marx, es producto de la evolución
y de la selección natural y que es el animal más desarrollado, tanto biológica
como intelectualmente. No tiene alma y, por tanto, es un ser intrascendente.
Sólo interesa lo que consume, lo que produce, etc.
A
pesar de que los marxistas tratan de enmascarar los hechos con piruetas
intelectuales, lo cierto es que es que el marxismo no socializa la economía,
sino que la estataliza, entendiendo por socializar poner los medios de
producción en manos y al servicio de las personas que forman la comunidad.
Pero,
claro, hay que justificar el cómo y el por qué se hace entrega de los citados
medios al Estado y, para ello, explican de una forma muy peculiar la teoría del
valor.
Como
se sabe, en la concepción clásica, el valor de un bien o de una mercancía tiene
dos connotaciones: valor de uso y valor de cambio. El primero viene dado por la
aceptación o rechazo de un producto por parte de la sociedad. El segundo está
determinado por su capacidad para ser cambiado por otro producto o mercancía,
manifestándose en la compraventa a través del dinero. Complementariamente, para
Marx, la medida del valor de un producto, mercancía, bien, etc, está expresado
en función del tiempo invertido en fabricarlo.
El
valor de cambio es la diferencia entre el costo de la materia prima y el precio
final que el comprador abona por la mercancía. Esta diferencia pertenece
totalmente al trabajador. Cuando una persona, el capitalista, es el propietario
de los medios de producción y vende la mercancía pagando un salario al
trabajador, aquél está robándole la plusvalía al operario con lo que, según
Marx, la propiedad se convierte en un robo.
Como
puede verse, Marx afirma cuasi dogmáticamente que la plusvalía corresponde al
trabajo y no al capital que, según él, no engendra por sí mismo plusvalía: ni
el capital circulante (que desaparece), ni el capital fijo (que permanece).
Ambos son absorbidos por el trabajo humano. Conviene aclarar los conceptos de
capital circulante y capital fijo. Al primero pertenecen los salarios y las
materias primas que, obviamente, desaparecen en cada proceso de producción. Al
segundo pertenecen máquinas, robots, instalaciones, tierras, etc que, aunque
permanecen, pueden quedar obsoletos y perder valor de uso por la aparición de
nuevas tecnologías, avances técnicos, etc
Hay
algo más. Según Marx, como ya dijimos, la plusvalía corresponde totalmente al
obrero, pero antes de determinarla hay que pagar el salario al trabajador por
el empleo de la fuerza de trabajo. Es decir: hay que deducir de la plusvalía
(valor de cambio) una cantidad para la sustitución, la reparación y la
amortización de las máquinas. Parece ser que la conclusión obvia a la que
debería llegar la economía marxista, sería la de entregar los productos,
mercancías y bienes a los productores que los hayan obtenido, para que estos
obtengan el beneficio de la plusvalía. Pero, en realidad, esto no ocurre en
ningún país marxista: a los trabajadores en estos países no se les reconoce la
propiedad de las mercancías que fabrican. El Estado distribuye estos productos necesitando,
lógicamente, dinero para adquirir maquinaria, para comprar materias primas,
para pagar salarios, etc.
¿Cómo
obtiene el Estado este dinero? Pues detrayendo la plusvalía a los trabajadores
fijando dictatorialmente los precios y elevando los impuestos a los
consumidores.
En
la próxima entrega, veremos los dos ejemplos que el economista Böhm-Bawerk puso
para rebatir los conceptos de plusvalía y valor y coste de la producción
marxistas: el de la producción de una máquina de vapor y el de la vendimia.
Continuará.
Nota.-
En imagen, derribo de la estatua de Lenin en Kiev.
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