En un verdadero Estado, una de las bases fundamentales
de los distintos partidos políticos es el respeto, la aceptación y la
tolerancia mutua, amén de hacer una labor pacífica parlamentaria. Esto, y otras
coas, no suceden en estos momentos en España, lo que hace que el sistema no
funcione por mucho que digan los de la internacional de la mentira, del odio y
del terror.
Cuando los partidos están marcados por extremismos,
como ocurre ahora con el PSOE, usan lo que sea necesario como instrumento para
la conquista y permanencia en la poltrona, además de ejercer un poder omnímodo.
Ahí están la “España-2030” y la “España-2050”, oiga.
Aparte de esto, no sabe aceptar las derrotas
electorales, lo que le hace lanzarse por otras vías que nada tienen que ver con
la democracia. Su intransigencia y fanatismo así lo dicen.
Si a todo esto añadimos el torpedeo de los
nacionalismos y separatismos, la debilidad del sistema está a la vista,
apareciendo un auténtico carcoma en las cuadrillas políticas, que las lleva a
un radicalismo doctrinario exagerado.
Por otra parte, ahí tenemos el laicismo con sus leyes,
normas, reglas, criterios, recetas, o lo que ustedes quieran, incompatibles con
la conciencia cristiana mayoritaria de nuestra Patria, laicismo que pretende
actuar como un revulsivo o medicamento para dinamitar los principios éticos y
morales, pretendiendo hacer borrón y cuenta nueva.
¿Y qué decir de la inseguridad social? Pues
sencillamente que el “pueblo soberano” no está contento, ya que no encuentra
vías y caminos para afrontar los grandes problemas económicos y sociales en los
que estamos inmersos.
Esperamos que no suceda lo de 1934 durante la Segunda
República: tras la derrota de las izquierdas en las elecciones, fue el propio
PSOE el que se lanzó a los actos violentos.
Continuará.
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