El título completo del libro es “El verdadero Lenin. El padre legítimo del
Gulag, según los archivos secretos soviéticos”, autor Dimitri Volkogónov,
Editorial Anaya & Mario Muchnik, 1996, 451 páginas incluido Indice, con prólogo
de Manuel Vázquez Montalbán.
El autor, general y ex director de Propaganda del Ejército Rojo y luego
director del Instituto de Historia Militar de la extinta URSS, se convenció de
que el sistema comunista era, y es, inservible. Sus progenitores fueron
asesinados por el régimen: el padre durante las purgas de Stalin en 1937, y la
madre en su destierro de Siberia en 1949.
Volkogónov, después
de tener acceso a más de 6.000 documentos escritos y firmados por Lenin, cuenta
en su obra la personalidad de éste. Tenía un odio feroz a los propietarios
campesinos por pequeña que fuese la propiedad. Sentía un profundo desprecio por
los intelectuales (“lacayos de la
burguesía”). Asimismo, odiaba también a la religión y a la Iglesia, odio
que se tradujo en persecuciones y matanzas. También demuestra este autor que
las atrocidades cometidas por Stalin, “fueron
un derivado directo de las teorías y la praxis de Lenin”. Volkogonov
descubre una disposición del propio Lenin enviada a los dirigentes comunistas
de la ciudad de Penza, en la cual recomendaba ahorcar sin vacilación,
publicando el nombre de los reos, así como confiscar todos sus bienes, a la vez
que les indicaba que cogiesen rehenes.
En el “Prefacio del editor, edición
inglesa”, página XIII, que figura a continuación del “Prólogo” de Manuel Vázquez Montalbán, nos dice Harold Shukman:
“El primer investigador que tuvo acceso a
los archivos más secretos fue Dimitri Volkogónov. Como director del Instituto
de Historia Militar y coronel general en servicio. Durante años recopiló
materiales para su biografía de Stalin. Su publicación en 1988 lo convirtió en
un paria ante sus compañeros de graduación, cuya paciencia con él acabó por
agotarse en junio de 1.991 cuando su Instituto discutió y condenó el borrador
de una nueva historia de la segunda guerra mundial, editada bajo su
responsabilidad. Acusado de enlodar el buen nombre del ejército, así como el
del partido y el del Estado soviético, y atacado personalmente por el ministro
de defensa Yezhov, Volkogónov renunció. Cuando dos meses más tarde se produjo
la tentativa de golpe, el Gobierno eligió a Volkogónov para supervisar el
control y apertura de los archivos del partido y del Estado”.
El último párrafo del prefacio, página XV, sigue Shukman:
“Dimitri Volkogónov ha roto el mito
comprometiéndose firmemente con la visión de que la única esperanza de Rusia en
1917 estuvo en la coalición liberal y socialdemócrata que surgió en la
Revolución de Febrero. En otras palabras, su conclusión es que no había
salvación en ninguna de las políticas de Lenin, y ha llegado más lejos,
señalando en qué forma maligna la influencia de éste caló en los dirigentes
soviéticos que le sucedieron. Los dirigentes del partido, anota, citaban a
Lenin y se referían a sus enseñanzas no solamente al dirigirse al pueblo con
sus lugares comunes piadosos, sino también dentro de la privacidad del
Politburó. Habiendo absorbido una filosofía que fracasó casi antes de ser
puesta en práctica resultaba poro sorprendente que los continuadores del
leninismo en la edad moderna compartieran, en última instancia, una suerte
similar”.
En las páginas 139 y 140, correspondientes al Capítulo I I I intitulado “La cicatriz de octubre”, se puede leer:
“Parece poco probable que los bolcheviques hayan reflexionado sobre el tema de
que las promesas hechas desde la oposición y su realización una vez en el
Gobierno son dos cosas muy diferentes. Sobre cada punto-la paz, la tierra, la
libertad, la Asamblea constituyente, la libertad de prensa y lo demás— las
promesas no tardarían en transformarse en coerción, limitación, alteración,
"lectura" diferente o simple negación. Hasta la tierra —que
distribuyeron en efecto— la hicieron indeseable al confiscar todo lo que
producía. En otras materias, si Lenin etiquetaba de “demagogos" a sus
opositores, fue él quien utilizó la demagogia para conseguir popularidad, él
quien hizo un máximo de promesas a una población de conciencia política muy
insuficiente.
La libertad fue la más maltratada. Poco después de la toma del
poder, el Gobierno de Lenin invocó el pretexto de las "condiciones
especiales", de la "guerra civil" y la "amenaza de la
contrarrevolución" y muy pronto, asimismo, de la intervención de las
fuerzas aliadas para instaurar una dictadura terrorista. Inevitablemente,
quienes tenían más que perder reaccionaron vivamente. El gusto de Lenin por las
medidas extremas (instaurando la Cheka, nombre derivado de las iniciales rusas
de Comisión Extraordinaria para el
Combate de la Contrarrevolución) no tardó en traducirse en el control policial
del nuevo Estado. Cuando en junio de 1917, alarmado por los rumores sobre la
inminencia de una tentativa de toma del poder por los bolcheviques, el Gobierno
prohibió las manifestaciones durante tres días, Lenin no tardó en protestar
diciendo que "en todo país dotado de una Constitución, organizar
manifestaciones es el derecho inalienable de los ciudadanos". Unos meses
más tarde parece haber olvidado el sentido de la palabra "ciudadano"
y cualquier manifestación o acto público requirió la autorización de la policía
política.
En junio de 1922, por iniciativa de Lenin, el Politburó examinó el tema de los
grupos antisoviéticos entre la intelligentsia, y emitió una directiva
comparable con el rigor medieval de la Inquisición. Se debía
"filtrar" a los candidatos a la universidad, lo cual significaba que
habría “límites estrictos para la entrada en la universidad de estudiantes de
origen no proletario, los cuales necesitarían un certificado de fiabilidad
política". Todas las publicaciones impresas habrían de ser examinadas
cuidadosamente, “no se podrá realizar ningún congreso panruso de especialistas
(médicos, agrónomos, ingenieros, abogados, etc,) sin el permiso de la GPU” en
tanto que las reuniones locales sólo podían llevarse a cabo con la autorización
de los órganos locales pertinentes y “las secciones sindicales de especialistas
ya existentes debían tener un registro especial para ser sometidos a
observación especial”. El contraste con la táctica bolchevique de 1.917 no
hubiese podido ser más impactante y cínico”.
¡Y pensar que para un
pedante infumable marxista este cruel sujeto era el “personaje más importante del siglo XX”! En vez de elemental,
demencial querido Watson. También dijo Pablo Iglesias Turrión que este monstruo
había sido “un genio”.
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