Este es el título del libro
escrito por el ex comunista Carlos Semprún Maura, Editorial Planeta, Colección La España Plural, 1.998, 327
páginas, incluido el Índice Onomástico.
La obra es el fiel reflejo de
un hombre desengañado y desilusionado por la mentira comunista que, en sus años
mozos, quedó puesta de manifiesto en el XX Congreso del PCUS y en años
posteriores con el aplastamiento criminal de las revoluciones en Hungría y
Checoslovaquia.
A pesar de haberse refugiado
en 1.939 con su familia en Paris, no dejó de visitar España, como lo hizo en
1.954 para organizar en Madrid los primeros comités de estudiantes comunistas
en la universidad. Todo esto duró muy poco: la desilusión por los acontecimientos
antes citados hizo que Semprún rompiese con el comunismo.
Son significativas sus
palabras que podemos leer en la página 76:
“Por aquel entonces, yo estaba convencido de que la
mentira comunista era verdad, que fue Corea del Sur, con la ayuda del
imperialismo yanqui la que agredió a la pacífica Corea del Norte. Hoy, todo el
mundo sabe que ocurrió exactamente lo contrario. El prudente Stalin pensó que
Corea del Sur sería bocado fácil y que nadie se lanzaría a ayudar a ese trocito
de tierra asiática. Estados Unidos lo hizo y el peligro de una guerra mundial
existió realmente”.
Por el libro desfilan muchos
personajes, entre ellos Fernando Claudín, que escribe “criminales sandeces”. Así, en la página 93 hay un texto del
mentado Claudín defendiendo la brutal y
criminal agresión de Hungría por parte de la destartalada URSS:
“Si en Hungría, por ejemplo, las fuerzas
reaccionarias e imperialistas han podido llegar a crear una situación como la
que se conoce, ello se explica, como ha
dicho en su reciente documento el Partido Comunista de China, porque en Hungría
no había una verdadera dictadura del proletariado. La verdadera dictadura del
proletariado, tal como la concebían Marx y Lenin, tal como ha sido confirmada
en la práctica en la Unión Soviética,
de China, etc, es la dictadura de las masas trabajadoras sobre las clases
explotadoras derrotadas; es la democracia más amplia para las masas y la
defensa firme de esa democracia contra los enemigos del socialismo”.
Hay un comentario que habla
de los “sumidos en la imbecilidad
stalinista”. En la página 108 se puede leer al respecto, a propósito de una
reunión de propaganda de la Asociación
Francia-URSS, los comentarios de un personaje, Loleh, que dice
lo siguiente, después de un viaje político-turístico a la URSS:
“En la heroica Rusia soviética, que había vencido sola
al nazismo, todo iba bien, a las mil maravillas, los obreros felices, los
campesinos prósperos, los artistas geniales, la producción aumentaba un 200 %
todos los años, y los ciudadanos, tan bondadosos y solidarios, bajo el imperio
de Stalin, que todos se amaban y los matrimonios, viviendo un amor socialista
pleno, desconocían el divorcio y el adulterio . . .”
Sin comentarios.
No menos importantes son los
comentarios de Semprún que aparecen en la página 145 en el capítulo intitulado “Cosas del exilio”. Aquí se habla de un hombre “anónimo
bastante célebre”, como era Benigno Rodríguez. Se lee:
“Benigno, de origen muy modesto, más lumpen que
proletario, había comenzado sus actividades políticas en el seno de los grupos
de acción de la FAI
– siempre con pistola, nos decía -, pero se convirtió al stalinismo por los
años treinta, y su conversión de parecer tan convincente al ‘aparato’ que,
durante nuestra guerra civil, el PCE le nombró nada menos que secretario
particular de Juan Negrín, ministro de Hacienda primero, primer ministro
después. En los cafés del barrio latino o en otros barrios, nos decía, a veces,
que lamentaba dicho destino, que hubiera preferido ir al frente, y sin dar el
menor detalle, aludía al hecho de que, habiendo sido por ‘orden y mando’
secretario de Negrín durante la guerra, se le echó en cara esa actividad más
tarde, cuando Negrín, que había sido el más filosoviético de los socialistas
durante la contienda (él fue quien ‘robó’ el oro del Banco de España para
enviarlo a la URSS), una vez en el exilio de Londres, había manifestado sus
desilusiones en cuanto a la URSS
y bastantes cosas más”.
En fin, como siempre decimos
y por enésima vez, libro para los “historieteros” de la memoria histórica y
“democrática”. Y para los del “vínculo luminoso”.
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