Si verdaderamente queremos pensar bien, lo primero que
hay que hacer es conocer la verdad, o sea, la realidad de las cosas, aunque
para el monstruoso Lenin cuando le decían que sus planteamientos no estaban de
acuerdo con la realidad, soltó aquella burrada de “lo siento por la
realidad”. Obviamente, hay gente que habla y discute sin conocer dicha
realidad, empelando la demagogia, la logomaquia y el populismo. De esto saben
mucho los politicastros.
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Dicho lo anterior, una de las cosas más usadas es la
falsificación de los archivos históricos, arrojando todo tipo de boutades y
mentiras sobre los verdaderos hechos.
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Las doctrinas de estos falsificadores se mantienen
como verdades sagradas. Las personas que dudan merecen el castigo más severo.
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Cuando el “pueblo soberano” es estulto e ignorante, es
guiado por pandillas que engañan hablando del “porvenir radiante”.
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Un pueblo con jerarcas paletos y tarúpidos, es como un
edificio sin escalera.
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Estamos en unos tiempos en los que el odio y el amor
son llevados por caminos que interesan, llegando a la situación de que los
jueces tengan dificultades para conocer la verdad.
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Hay gente “elocuente” que presume de saberlo todo,
incluso presume de seducir a los jueces.
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Cuando una persona pide que se haga justicia, es que
desea que le den la razón, aunque no la tenga, llegando muchas veces al que el
culpable sea absuelto. El condenado sería el juez.
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Cuando hay verdadera libertad, se pueden hacer dos
cosas para leer: escoger lo que se quiera leer, procurando entenderlo bien.
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Ahora se ataca a las personas que no pueden defenderse,
alabando a las que está prohibido criticarlas. El que quiera entender, que
entienda.
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