El título completo del libro es “El hombre nuevo soviético. De la utopía a la realidad”, autor
Michel Heller, Editorial Planeta S.A. 1985, 278 páginas incluido el Índice
Onomástico.
Como decíamos en la anterior entrega, y ésta y otras
sucesivas, veremos los capítulos intitulados “El trabajo”, páginas 111 a 136, y “La corrupción”, páginas 137 a 144. El Capítulo I I, “El trabajo”, comienza con un párrafo de la constitución soviética:
“El
Estado controla y fija la medida del trabajo y del consumo”.
Bueno, a esto habría que añadir que el Estado lo controla todo. El trabajo, según el marxismo-leninismo, era
la base principal para crear el “hombre nuevo” del comunismo que, como ya
sabrán, sería el paraíso sobre la Tierra.
En la página
112 nos dice el autor lo que pensaba Lenin sobre el trabajo y el
comunismo: “Es moral lo que favorece la
edificación del comunismo, quien trabaja bien en interés del comunismo es un
hombre bueno y moral, y aquel quien la
labor no le entusiasma, es un hombre malo, amoral y, por tanto, un enemigo”.
A continuación se lee:
“La
máxima sorpresa de los nuevos gobernantes en los meses que siguieron a la
Revolución fue la falta de ardor por el trabajo, comprobable en el
proletariado. Según la teoría, los opositores a la Revolución proletaria, sus
enemigos naturales, tenían que ser los
responsables de las clases burguesas. Pero los hermosos discursos teóricos
fueron barridos por la negativa a trabajar de aquella clase obrera, en cuyo
nombre y por la cual el Partido había llevado a cabo la Revolución.
A
partir de aquel momento se inventaron numerosas palabras destinadas a traducir
el sorprendente comportamiento de los obreros. El vocablo ‘huelga’ resultaba
conveniente para definir la actitud de los antiguos funcionarios que rehusaban
servir al poder soviético, o incluso a los enseñantes contaminados por las
ideas ‘pequeño burguesas’. Pero en un Estado proletario los trabajadores no
podían hacer huelga: se ‘agitaban’, ‘saboteaban’, ‘desertaban del frente del
trabajo’. Estas expresiones significaban la interrupción del trabajo en las
fábricas y el cada vez más serio descenso del rendimiento de las empresas. En
1919 la producción industrial global era seis veces inferior a la de 1913, y el
número de obreros había descendido a casi la mitad. La producción descendió
brutalmente a partir de 1917, alcanzando en 1921 26, 27,1 por ciento de la tasa
de 1913”
Sobre el tema del trabajo, nos cuenta el autor, página
133, el chascarrillo que circulaba por la Unión Soviética de los años setenta
del pasado siglo, después de 60 años de dictadura comunista:
“¿La
vodka perjudica el trabajo? ¡Dejemos de trabajar!”.
Y sigue a continuación:
“Al
alborear los años ochenta, los dirigentes soviéticos comprendieron que la URSS
se había retrasado definitivamente en la carrera de las novísimas tecnologías y
que aún en el caso de que el país adoptara dichas tecnologías, quedaría
comprometida la estabilidad de las relaciones sociales en el interior de sus
fronteras”.
Continuará.
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