Así se intitula el libro de
Henri de Lubac, Editorial Encuentro, 2.008, 277 páginas. Su autor fue profesor
de Teología Fundamental en Lyon y miembro del Instituto Católico de Paris. En
1.983, Juan Pablo II lo hizo cardenal. Falleció en 1.991.
Aunque haya aparecido esta
edición en el 2.008, el libro fue escrito a finales de la
II Guerra Mundial, dando la sensación de
que está escrito en estos precisos momentos.
En esta obra, el autor
analiza y comenta sobre los tres grandes aintiteístas del siglo XIX:
Nietzsche, Feurbach y Comte,
siendo este último el más implacable destructor de la cultura cristiana. Y
decimos esto porque los otros dos aún les quedaban algún que otro rescoldo de
la existencia de Dios, aunque se peleaban constantemente con Él.
Comte “elimina” a Dios y los
sustituye por la Humanidad,
como prácticamente se hace hoy en muchos sitios, teniendo esto último por una
verdad inamovible, aunque ya se sabe, bueno, algunos no lo saben, que la verdad
no se mide ni tiene nada que ver con el número de personas que crean en élla.
El ser humano empezó a pensar
y creer que la verdadera libertad se adquiriría si rompía sus cadenas con la Iglesia, y luego con Dios.
En una palabra: eliminando y derribando a Dios, desaparecían todos los
obstáculos para alcanzar la libertad. Dios no es más que un mito y se sustituye
la teología por la antropología. El judío Marx se aprovecharía de todo esto.
Se dice, por ejemplo, que
Dios no puede “vivir” más que en la conciencia de los hombres. Pero es un
huésped indeseable: “es un pensamiento
que tuerce todo lo que es derecho”.
Estos tres hombres han dejado
un rastro y una huella que ha marcado a los jóvenes de hoy, que reniegan de
Dios y de cualquier creencia en un Ser Providencial, y que desconocen, porque
se lo han omitido intencionadamente, toda una gran tradición de grandes
pensadores religiosos, como los Prometeo, Sócrates, Kepler y un larguísimo etc.
En fin, como ya es sabido
sobradamente, hasta los ateos necesitan de Dios para criticarlo.
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