Vamos a comentar algo sobre la imbecilidad, que
aparece en la obra de Fernando Savater intitulada “Ética para Amador”,
Editorial Ariel, S.A., Barcelona, 38ª edición, enero 2001, 191 páginas. Esta
obra consta de I X Capítulos, páginas 17 a 165, además de “Aviso
antipedagógico”, páginas 9 y 10, “Prólogo”, páginas 11 a 15, “Epílogo”,
páginas 167 a 174, y “Apéndice: diez años después ante un nuevo milenio”,
páginas 175 a 189.
En el Capítulo V I intitulado “Aparece Pepito
Grillo”, páginas 91 a 109, nos habla Savater, de forma sarcástica e irónica,
sobre la imbecilidad. Escribe:
“¿Sabes cuál es la obligación que
tenemos en esta vida? Pues no ser imbéciles. La palabra ‘imbécil’ es más
sustanciosa de lo que parece, no te vayas a creer. Viene del latín baculus,
que significa ‘bastón’: el imbécil es el que necesita bastón para caminar. Que
no se enfaden con nosotros los cojos y los ancianitos, porque el bastón al que
nos referimos no es el que se usa muy legítimamente para ayudar a sostenerse y
dar pasitos a un cuerpo quebrantado por algún accidente o por la edad. El
imbécil puede ser todo lo ágil que se quiera y dar brincos como una gacela
olímpica, no se trata de eso. Si el imbécil cojea no es de los pies, sino del
ánimo: es su espíritu el debilucho y cojitranco, aunque su cuerpo pegue unas
volteretas de órdago. Hay imbéciles de varios modelos, a elegir:
a) El que cree que no quiere nada, el que dice
que todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta
permanente, aunque tenga los ojos abiertos y no ronque.
b) El que cree que lo quiere todo, lo primero que
se le presenta y lo contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse,
bailar y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la vez.
c) El que no sabe lo que quiere ni se molesta en
averiguarlo. Imita los quereres de sus vecinos o les lleva la contraria porque
sí, todo lo que hace está dictado por la opinión mayoritaria de los que le
rodean: es conformista sin reflexión o rebelde sin causa.
d) El que sabe qué quiere y sabe lo que quiere y,
más o menos, sabe por qué lo quiere pero lo quiere flojito, con miedo o poca
fuerza. A fin de cuentas, termina siempre haciendo lo que no quiere y dejando
lo que quiere para mañana, a ver si entonces se encuentra más entonado.
e) El que quiere con fuerza y ferocidad, en plan
bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo sobre lo que es realidad, se despista
enormemente y termina confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle
polvo.
Todos estos tipos de imbecilidad
necesitan bastón, es decir, necesitan apoyarse en cosas de fuera, ajenas, que
no tiene nada que ver con la libertad y las reflexiones propias. Siento decirte
que los imbéciles suelen acabar bastante mal, crea lo que crea la opinión
vulgar. Cuando digo que ‘acaban mal’ no me refiero a que terminen en la cárcel
o fulminados por un rayo (eso sólo suele pasar en las películas), sino que te
aviso de que suelen fastidiarse a sí mismos y nunca logran vivir la buena vida,
esa que tanto nos apetece a ti y a mí. Y todavía siento más tener que
informarte qué síntomas de imbecilidad solemos tener casi todos; vamos, por lo
menos yo me los encuentro u día sí y otro también, ojalá a ti te vaya mejor en
el invento . . . Conclusión: ¡alerta!, ¡en guardia!, ¡la imbecilidad acecha y
no perdona!
Continuará.
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