Como decíamos
en el artículo anterior, este libro desmonta todo el mito comunista en general,
así como el de sus miembros. Asimismo, también nos explica todo el terror
y el horror de este partido.
En la página 53 y siguientes, bajo el título “Los primeros pasos del PCE”, se lee:
“Es
difícil precisar la cifra exacta de militantes del recién nacido PCE, pero era
muy exigua, menos de 1.200, sin contar los de las Juventudes Comunistas. El
partido había ido perdiendo afiliados, que en su mayoría se habían reintegrado
en el PSOE. El reflujo era consecuencia de sus divisiones internas y sus métodos sectarios, pero
también del debilitamiento general del movimiento obrero español en vísperas
del golpe de Estado del que nacería la dictadura de Primo de Rivera.
Su
implantación principal se localizaba en los núcleos obreros de Asturias,
Vizcaya, Levante y Madrid. Sólo era fuerte en el área de Bilbao, donde
controlaba la mayoría de sindicatos, en especial el de mineros. En su feroz pugna con los socialistas los comunistas vascos no dudaban en recurrir a las palizas, los tiros y las
bombas. Métodos que los aproximaban a los sectores
anarquistas más radicales. No es extraño, pues, que el anarquista catalán Ramón
Casanellas, unos de los autores del asesinato del presidente del gobierno Eduardo Dato, se convirtiera al comunismo, al entrar en contacto con
el PCE bilbaíno.
Lo dirigía
Pérez Solís, ahora exaltado practicante de la acción directa. Iba siempre armado, y solía
comenzar sus mítines poniendo la pistola a la vista, sobre la mesa. Se rodeaba
de un grupo de jóvenes violentos, sin más ocupación
que la política. Frecuentaban los prostíbulos, que les servían
para esconder las armas y recaudar fondos. Uno de ellos, con apenas dieciséis
años, era Jesús Hernández, que
llegaría a ser uno de los principales dirigentes del partido y ministro de
Instrucción Pública durante la guerra civil. Hernández intervino en uno de los
episodios más sonados del pistolerismo comunista en noviembre de 1922, cuando los
comunistas vizcaínos se liaron a tiros en el
XV Congreso de la UGT, causando la muerte del obrero socialista Manuel González
Portillo. El suceso provocó que los comunistas fueran expulsados del sindicato en toda España.
Claro está
que los comunistas bilbaínos no eran los únicos en usar estos métodos. La patronal
tenía sus pistoleros, y también los socialistas. El comunista José Bullejos fue objeto de tres atentados. En uno de
ellos resultó gravemente herido en una refriega con unos pistoleros, de los que
mató a dos. Bullejos era un empleado de correos que, recién llegado a Bilbao
desde Madrid, se convirtió en dirigente del sindicato minero sin haber trabajado nunca en una mina. Pronto llegaría a secretario general del
partido. De esta violenta cantera del comunismo bilbaíno saldría Dolores
Ibarruri, Pasionaria, que entonces iba afianzándose como dirigente local.
Como el
Congreso de unificación no había solucionado la grave situación interna del
partido, la Comintern tuvo que intervenir enviando a un nuevo delegado, el suizo
Jules Humbert-Droz, ex pastor protestante. A partir de ahora sería el tutor del PCE hasta 1931. Llegó clandestinamente a Madrid en abril
de 1922, y tras hablar con todos los sectores del partido, sacó la conclusión
de que no existía un fondo político en las disputas, que consideró fruto de
personalismos derivados del individualismo español. Le sorprendió sobre todo el pistolerismo de los comunistas vascos, pero no intervino para poner fin a esos métodos”.
En el próximo
y último capítulo veremos el párrafo intitulado “El PCE durante el pacto germano-soviético”.
¡Historieteros
del régimen, catedraticoides paniaguados, promotores de la “memoria histórica,
uníos y leed un poco, sobre todo este magnífico libro!
Continuará.
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