Vamos
a ver someramente unas cosas que somos incapaces de corregir.
Estamos viendo en estos momentos
en España una serie de “acontecimientos” políticos después de las últimas
elecciones, que es para echarse a temblar. Y es que somos incapaces de aprender
de nuestra Historia, tanto de la reciente como de la pasada.
Somos incapaces de discernir
entre lo que no vale y que está desechado y rechazado por medio mundo, y lo que
vale y merece la pena conservar.
Somos incapaces de ver la
demagogia, la logomaquia, el populismo y las mentiras de los de la casta
política.
Somos incapaces de ver la
inutilidad de ideas decimonónicas caducas y extintas, que aún perduran en
algunas mentes “pudientes”, mentes que se creen en estos momentos los
salvavidas de la sociedad.
Somos incapaces de ver que esos líderes
están desenterrando cadáveres con el objeto de arremeter, con dureza, tenacidad
e insultos, contra todo lo que se ha construido en España desde hace mucho
tiempo.
Somos incapaces de frenar ese
brioso propósito de estos “pensadores químicos”, que no es ni más ni menos que
el aniquilamiento y destrucción de España.
Somos incapaces de decirles a
esos “pensadores químicos” que el dejar toda la vitalidad y quehacer de una
nación en manos del estado, es una auténtica bestialidad, como ha quedado
sobradamente demostrado.
Somos incapaces de decirles a
esos listorros, listorras y “listorres” que tenemos andamiados en el
desgobierno, que los comederos del estado, exuberantes ubres para los “nomenklaturizados” que
presenten sus debidas credenciales, no valen ni para crear riqueza, ni
prosperidad, ni industrias, ni negocios, ni nada de nada.
Somos incapaces de decirles que
no queremos saber nada de las huellas decimonónicas de una ideología que ha traído la negrura por medio mundo.
Somos incapaces de decirles que
son unos bárbaros que están sembrando discordia, rencor y odio, cosas que impedirán que vivamos tranquilos y en
paz.
Y, para terminar, somos incapaces
de proclamar que las relaciones entre el estado que ellos defienden y el
“pueblo soberano”, crea una burocracia tan enmarañada y tupida, que sólo los
privilegiados de la “nomenklatura” se benefician de esta situación.
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