El último suspiro
Si la guerra civil fue una lucha dramática,
también fueron dramáticos los precedentes que la desencadenaron. Ya lo había
dicho Pi y Margall cuando se derrumbó la I República en 1873: “Entre la
dictadura y la anarquía, los pueblos acaban optando por la dictadura”.
Conviene tener en cuenta que la situación
política, social y económica de los últimos años de aquella “borbonada” que
terminó huyendo, se fue agravando por los sucesivos gobiernos republicanos,
llegando a tener cuatro por año.
También conviene destacar que se aprobó una
Constitución que subliminal y tácitamente incitaba a la guerra civil. El
periódico “Daily Mail” había pronosticado: “Es evidente que la
democracia ha rendido su último suspiro en España”.
Como ya sabrán, el enfrentamiento entre
españoles en aquellos años fue un tema que generaba pasiones en la Europa
de entonces, lo mismo que ahora “gracias” a la absurda ley de la memoria
histórica sancionada por el atornillado patrón del “Bribón”.
La verdad de aquel enfrentamiento fue una guerra
entre fascismo y comunismo, aunque los líderes republicanos, de cara al
exterior y a la propaganda, declaraban que tal lucha era entre la democracia y
el fascismo, cosa que no era verdad.
Por otra parte, y a pesar de toda la propaganda
lanzada por la izquierda, ésta nunca habló de una democracia basada,
obviamente, en el sufragio: todo era revolución y dictadura del proletariado.
Otra cosa curiosa fue que las potencias
extranjeras que en la Guerra Civil de España se posicionaron y se definieron en
bandos distintos, en la Segunda Guerra Mundial marcharon de la mano. Tanto el
imperialismo yanqui como el soviético ocuparon casi toda Europa.
En fin, se sigue fomentando la discordia en vez
de buscar la concordia. Como diría Machado, el culatazo puede llegar más lejos
que el disparo. Sigue habiendo dos bandos irreconciliables. La ley de la
memoria histórica sancionada por el atornillado, así lo exige, lo mismo que la
actual “democrática” de Su Sanchidad.
Como dijó Angel Ganivet en su obra “Idearium
español”, L. V. Suárez, Madrid 1944, página 31:
“España . . . por algo es patria de Guzmán el
Bueno, que dejó degollar a su hijo ante los muros de Tarifa. Algunas almas
sentimentales dirán de fijo que el recurso es demasiado brutal; pero en
presencia de la ruina espiritual de España, hay que ponerse una piedra en el
sitio donde está el corazón, y hay que arrojar aunque sea un millón de
españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los puercos”.
¿Figurará algo de esto en la memoria democrática
de Su Sanchidad y de Sor Yolanda? ¿Es así “como queremos actuar nosotros”?
Continuará.
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