Como decíamos
en la anterior entrega, vamos a dedicar unos artículos a D. José Ortega y Gasset,
filósofo prácticamente olvidado hoy por los de la internacional de la mentira,
del odio y del rencor. Como ya hemos dicho varias veces, y no nos cansaremos de
repetirlo, tanto él como D. Gregorio Marañón Moya, D. Ramón Pérez de Ayala, y
un larguísimo etc, fueron los verdaderos y auténticos republicanos. Como ya
sabrán, estos tres intelectuales tuvieron que huir de España perseguidos por
los comunistas. A la República que ellos defendían y pregonaban, nos
apuntaríamos ahora mismo.
En su obra “Rectificación de la República. Escritos
políticos, I I I (1929/1933)”, El
Arquero, Revista de Occidente, S.A., Madrid 1973, 273 páginas, nos dice Ortega
y Gasset dentro del Capítulo intitulado “¡Viva
la República!”, página 251, lo siguiente:
¡VIVA
LA REPÜBLICA!
Creo firmemente —ya
lo he dicho— que estas elecciones contribuirán a la consolidación de la República. Pero andan por ahí gentes
antirrepublicanas haciendo
vagos gestos de triunfo o amenaza, y de otro lado
hay gentes republicanas que sinceramente juzgan la
actual situación peligrosa para la República. Pues bien: suponiendo que con alguna verosimilitud
sea esto último el caso presente, yo elijo la ocasión de este caso para gritar por vez primera, con los pedazos
que me quedan de laringe: « ¡Viva
la República! ». No lo había gritado
jamás: ni antes de triunfar ésta ni mucho menos después,
entre otras razones porque yo grito muy pocas veces.
QUIÉN ES EL QUE GRITA
Pero como todo anda un poco confundido, y los españoles del día tenemos poca memoria, quiero
recordar o hacer constar algunas cosas que hasta ahora he callado o no he querido subrayar. Desde el fondo
de mi largo y amargo silencio,
estrujándolo como un racimo lleno
de jugo, quiero rememorar a mis lectores y a todos los españoles —porque tengo
tanto derecho como cualquiera otro para dirigirme a ellos— quién es el ciudadano que ahora, precisamente ahora, grita:
« ¡Viva la República! »
El que
grita se sintió en radical desacuerdo
desde el día siguiente al advenimiento de
la República con la interpretación de esta y la política que iniciaban sus gobernantes. Yo no puedo demostrar con documentos la
verdad literal de esta frase.
Dejémosla, pues, como una frase y
nada más. Pero lo que sí puedo demostrar con documentos es que ya el 13 de mayo —por tanto, al mes justo de la proclamación del nuevo régimen— protesté
airadamente, junto a Marañón y Pérez de Ayala, contra
la quema de conventos, que fue una faena aún más
que repugnante, estúpida.
Esto el 13 de mayo; pero
el 2 de junio publicaba yo un artículo titulado: « ¡Pensar en grande! », invitando a tomar la República en forma y formato opuestos a los que empezaban a adoptarse. Y el 6 de junio, convocados a elección
los ciudadanos, apareció otro
artículo mío titulado: « ¡Las provincias
deben rebelarse contra los candidatos indeseables! » El 25 del mismo mes mi discurso electoral en León, donde, contra todo mi deseo, había sido
presentado candidato, comenzaba
así, según la transcripción algo
incorrecta de los periódicos leoneses:
«¿Queréis, gentes de León,
que hablemos un poco en
serio de la España que hay que hacer?
Con profunda vergüenza
asisto a la campaña electoral que se está llevando
a cabo en toda la Península. Trátase, nada
menos, que de unas elecciones constituyentes. Se moviliza civilmente al
país para que elija a unos hombres que van a
fabricar el nuevo Estado. Es un
gigantesco edificio el que hay que construir, y no hay edificio si no hay en la cabeza un plano previo de líneas vigorosas.
Lo que me parece vergonzoso
es que los cientos de discursos
pronunciados en España no enuncien una sola idea clara, que defina algo sobre
ese Estado que hay que construir.
Solo se han pronunciado palabras vanas y hueras
prometiendo en palabrería fantástica, sin saber si se puede o no realizar.
Porque esto importa poco a esos palabreros, que solo
quieren hostigar a las masas con palabras
vanas e insensatas para que, como un rebaño de ovejas, vayan a las urnas o, como un rebaño de búfalos, vayan a la revolución. Y a eso se le
llama democracia.»
Con esto llegamos al 13 de julio, es decir, aún no transcurridos
los tres meses desde el 14 de abril. Pues bien: en esa fecha leyeron los
lectores de Crisol otro artículo mío titulado: «Hay que cambiar de
signo a la República». Y en 9 de
septiembre, este otro: «Un aldabonazo».
Y en 6 de diciembre pudo oírse en el «cine» de
la Ópera mi discurso sobre «Rectificación de la República». Y el 13 del mismo mes, en las primeras
consultas del Presidente recién
elegido, fue el que ahora da
su grito el único que pidió la formación de un Gobierno sin colaboración
socialista, que preveía funesta para
la República y para el socialismo. No mucho después, en el periódico antedicho,
se imprimieron unos párrafos bajo el lema: «Estos republicanos no son la República», etcétera, etc., etc..
Estos recuerdos precisarán
un poco en la mente del lector
la fisonomía del que ahora grita « ¡Viva la República! », y le harán pensar
que, si lo grita, es a sabiendas y a
pesar de lo que ha sido durante esta primera etapa la política republicana"
El que quiera entender, que entienda. Lo destacado en
rojo es nuestro.
Continuará.
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