Como ya hemos dicho en otras ocasiones, la ex marxista
Regina García ha sido borrada de la Historia por los “historieteros”
paniaguados de lo políticamente correcto. Como hemos dicho también en otras
ocasiones, escribió dos libros que también fueron borrados del mapa, libros que
nosotros guardamos como auténticos tesoros. Dichos libros se intitulan “Yo he sido marxista. El cómo y el por qué
de una conversión”, Editora Nacional 1952, 428 páginas incluido Índice, y “El bulo de los caramelos envenenados”,
Publicaciones Españolas 1953, 31 páginas incluido Índice. Como ya sabrán, este
último lo hemos comentado estos días en el blog.
Vamos a ver lo que nos dice
Regina en el primer libro.
Con motivo de las condiciones impuestas por la URSS,
aceptadas por el gobernó republicano, comenzaron a llegar material de guerra y
víveres: carne, pescado, bebidas alcohólicas y hasta caviar del Volga. Sobre
este asunto se lee en las páginas 183 y 184:
“De todo esto se
incautaron los ‘mandamás’, formando unos depósitos de vituallas de las que
ellos solos disfrutaban; pero con generosidad tan absurdamente pródiga que,
mientras a los luchadores del frente se les racionaba la alimentación, al
extremo que para atender a su subsistencia tenían que recurrir a las ‘razzias’
en las casas campesinas, en las que no respetaban ni las aves ponedoras ni las
hembras de vientre, con lo que la avicultura y la ganadería iban al desastre,
los milicianos en la retaguardia se limpiaban las botas con mantequilla, como
yo misma he visto hacer a los de las Milicias Valencianas, y echaban a los
perros trozos de jamón de York de más de un kilo de peso.
Al
afearles tal despilfarro y hacerles notar que aquello se había pagado en oro y
oro valía, decían con inconsciencia insuperable que, ‘cuando aquello se
acabase, vendría más, pues si había habido oro para pagarlo entonces, lo habría
lo mismo después’.
Era
el tiempo de la ‘vacas gordas’, tras el cual habría de llegar aquel en que se
mendigase, sin hallarlos, un puñado de lentejas para los hombre y un litro de
gasolina para los coches; pero mientras, se podía tirar de largo, sobre todo en
la bien surtida retaguardia madrileña, donde había superabundancia de todo y
donde los brillantes coches no dejaban de rodar día y noche, en innecesarias
exhibiciones de milicianos”.
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