Y continuamos con D. José
Ortega y Gasset.
En su obra “Rectificación
de la República. Escritos políticos, I I I
(1929/1933)”, El Arquero, Revista de Occidente, S.A., Madrid 1973,
273 páginas, nos dice Ortega y Gasset dentro del Capítulo intitulado “¡Viva la República!”, páginas 251 a
262, lo siguiente:
“Corregirán de
paso un error que he oído más de un vez, según el cual yo consideraría haberme equivocado al recomendar en cierta hora a
los españoles que se constituyesen en República, que había perdido la ilusión, que juzgaba sin remedio la
política republicana y demás suposiciones igualmente superficiales. Los
datos ahora rememorados, con la impertinencia de
sus fechas exactas, demuestran que no me fue necesario esperar a que los
gobernantes republicanos de la primera hora comenzasen a desbarrar para
saber que lo iban a hacer: que, de tal modo
esperaba y presumía por anticipado su descarrío, que me adelanté a
insinuar mi discrepancia, como me adelanté
a echar en cara a las provincias que
iban, por inconsciencia, a elegir diputados indeseables, como me situé, desde luego, y por innúmeras
razones, en posición de no actuar durante el primer capítulo de la historia republicana, según hice constar desde mi
primer discurso en la Cámara, que fue, entre paréntesis,
el primer discurso de oposición a la política del Gobierno. Pero no me interesa
de todo esto lo que signifique como
demostración vanidosa de capacidad previsora.
Lo que me interesa es refutar con esos hechos y con esos datos incontrovertibles el error en que están los que suponen que yo recomendé la instauración
de la República «porque» creyese que, desde luego, iban a ir preciosamente las cosas. No solo no lo creía,
sino que —y este es el motivo de las anteriores recordaciones— no acepto en persona que presuma de alguna
seriedad que pretenda juzgar las
posibilidades históricas de un
régimen por lo acontecido en los dos años y medio después de su natividad. Y es sencillamente grotesco que intenten hacer tal cosa los monárquicos defensores de un régimen extranjero, que no durante dos años y medio, sino durante dos siglos y medio ha maltraído
a España en desmedro, decadencia y
envilecimiento lamentables y
constantes, haciéndola llegar a esta República en un estado tal de desmoralización y de falta de aptitudes por parte de masas y minorías, que él ha
sido, en definitiva, la causa de estos dos años y medio pesadillescos.
Porque si han sido tales para el labrador andaluz y para el cura de aldea, no crean
estos señores que el que grita ahora « ¡Viva la República! » los ha pasado en un lecho de rosas. Durante ellos se me ha insultado y vejado constantemente desde las filas
republicanas, y, claro está, también desde
las otras. Algunos sinvergüenzas, algunos
insolentes y algunos sota-intelectuales que son lo uno y lo otro, y que hasta ahora, por lo que fuera, no se habían resuelto a atacarme, han aprovechado
la atmósfera envenenada de esos años para morderme los zancajos. Pero hay más: los hombres
republicanos han conseguido que por vez primera después de un cuarto de siglo no tuviera yo periódico
afín en que escribir. Y esto no significaba solo que me hubiesen quitado la vihuela para mi
canción, sino que me planteaba por añadidura los problemas más tangibles,
materiales y urgentes ¿Me entiende el labrador andaluz a quien han deshecho su hacienda y el cura de aldea a quien han
retirado su congrua?
Pues con esto termina mi argumento hominis
ad ho-minem. Este hombre es el que grita ahora: « ¡Viva la República! ».
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