En aquella destartalada URSS, el
agravamiento de la situación por actos de sabotaje, incapacidad de los
trabajadores, indisciplina, exceso de formulismos, burocracia por doquier, escaso
o nulo interés de los obreros por el trabajo, etc, estaba a la orden del día,
aunque de esto el régimen no día ni pío.
La situación, aparte de lo dicho,
era poco menos que caótica, ya que la casta del partido se permitía todo lujo
de detalles en detrimento del resto. Esto no lo decía la propaganda del régimen
sino que, tras jactanciosas declaraciones y manifestaciones, el gobierno
manifestaba la “gran industrialización” para engañar, sobre todo, al
mundo exterior, como ocurrió aquí en España, por ejemplo, en los años de la I I
República, cuando se gritaba “¡Viva la
URSS”!, sin saber que el gobierno soviético era de tipo absolutista y
represivo.
Determinadas autoridades
reconocieron que, después de diez años de “progreso”,
no se había elevado el nivel existente en 1913 ya que, entre otras cosas, la
fabricación industrial no respondía a las necesidades internas de la URSS,
además de que los productos ofrecidos por el gobierno eran de calidad ínfima.
Por otra parte, el despilfarro
estaba presente en beneficio de la “nomenklatura”. Esto lo reconoció el
mismísimo Stalin en un informe publicado el 13 de abril de 1926, viendo como
aumentaba la pobreza general del país.
Asimismo, los obreros quedaron
decepcionados y se dieron cuenta del gran engaño de la revolución bolchevique,
ya que se les había prometido ser dueños de las fábricas en las que trabajaban,
participando en la dirección y beneficio de las mismas, cuando en realidad todo
estaba centralizado en poder de una implacable “nomenklatura”, que era la que
verdaderamente presidía los comités de dichas fábricas que, obviamente, fueron
nacionalizadas. El desastre estaba servido.
Lenin reconoció hasta cierto
punto este fracaso, permitiendo que las industrias artesanales volviesen a tener
propietarios particulares.
En el citado informe del 13 de
abril de 1926, decía Stalin:
“Es indispensable reducir, simplificar, hacer menos
costosos y salubrificar el fondo de nuestras empresas del Estado, nuestras
instituciones gubernamentales . . . El exceso de personal y la voracidad sin
precedentes de nuestros organismos administrativos, han llegado a ser
legendarios . . .Es indispensable luchar sistemáticamente contra el robo,
contra el robo alegre, por decirlo así,
que se hace en los establecimientos del Estado, en los sindicatos
obreros. Precisamos, en una palabra,
principiar una campaña para la supresión de la holganza voluntaria en
las fábricas, para aumentar su rendimiento, para reforzar la disciplina del
trabajo . . .” ( I )
En la próxima entrega veremos
cómo los obreros recurrían a actos de sabotaje ante el rigor militar del
trabajo.
( I ) .- “El imperio soviético”, autor Dionisio R. Napal, Editorial Stella Maris, Buenos
Aires setiembre de 1932, página 188.
Continuará.
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