domingo, 13 de octubre de 2024

“Pequeña antología política”.


 

Este libro trata sobre varios escritos del marxista italiano Antonio Gramsci, Editorial Fontanella, S.A., 1974, 172 páginas incluido Índice. Hemos escrito varias veces en este blog sobre esta persona, como habrán podido ver.

 Como sabrán, si bien contradecía a Lenin hasta cierto punto, era partidario de otro tipo de terrorismo: el intelectual.  Sobre el italiano, otro compatriota suyo, Palmiro Togliatti, diría que “es un poderoso retorno al auténtico pensamiento de Marx” (página 17) Efectivamente: su fanatismo y su odio a la religión provenían de la doctrina del judío.

 Como ya se sabe, España es una nación sin lectores. Esto hace que al “pueblo soberano” le falte instrucción y cultura, con lo que es fácil engañarle porque carece de la más mínima comprensión para leer, lo que trae como consecuencia que el texto más simple que se pueda imaginar, se convierte en un galimatías indescifrable, originando unas mentes manipuladas y explosivas.

 Si bien el comunismo ha fracasado, porque sus pilares no contemplaban la propiedad privada, la familia, la religión y la libertad, el ateísmo marxista campa por sus respetos en el mundo actual. Y en esto ha tenido mucho que ver la estrategia de Gramsci, intentando, sólo intentando, un acercamiento entre cristianos y marxistas. Pare ello se valió de una falsificación: la de mostrar al comunismo como un sistema abierto y tolerante dispuesto a sacrificar parte de su doctrina en aras del desarrollo de una nación. Nada más falso porque el Estado marxista persigue el sometimiento de las masas anulando, obviamente, todo lo que huela a libertad y a derechos. Todo ello se conseguirá mediante la manipulación y ocultamiento de la verdad (“La mentira puede ser una buena arma revolucionaria”, Lenin dixit).

 En las páginas 21 y 22 se lee:

 “En el período actual, el Partido comunista es la única institución que puede compararse seriamente con las comunidades religiosas del cristianismo primitivo; dentro de los límites en los que el Partido existe ya, a escala internacional, se puede intentar una comparación y establecer un orden de juicios entre los militantes de la Ciudad de Dios y los militantes de la Ciudad del Hombre. El comunista, ciertamente, no queda por debajo del cristiano de las catacumbas. Al contrario, el fin inefable que el cristiano proponía a sus campeones es, por su sugestivo misterio, una justificación plena del heroísmo, de la sed de martirio, de la santidad; no es necesario que entren en acción las grandes fuerzas humanas del carácter y de la voluntad para suscitar el espíritu de sacrificio de quien cree en el premio celestial y en la felicidad eterna. El obrero comunista que, desinteresadamente, durante semanas, meses y años, tras ocho horas de trabajo en la fábrica, trabaja otras ocho horas para el partido, el sindicato ola cooperativa, es, desde el punto de vista de la historia del hombre, más grande que el esclavo o el artesano que desafiaba todos los peligros para acudir a la reunión clandestina de la oración. De la misma manera, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht son más grandes que los más grandes santos de Cristo. Precisamente porque la finalidad de su militancia es concreta, humana y limitada, los luchadores de la clase obrera son más grandes que los luchadores de Dios. Las fuerzas morales que sostienen su voluntad son tanto más desmesuradas cuanto más definida es la finalidad propuesta a la voluntad”.

 Si, como decíamos antes, no hay una mínima instrucción y cultura, el presente texto se convierte en una bomba explosiva intelectual.



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