El título completo del libro es “Un coronel llamado Segismundo. Mentiras y misterios de la guerra de
Stalin en España”, autor Francisco
Félix Montiel, Editorial Criterio-Libros 1998, 235 páginas incluido Índice
onomástico.
Y continuamos con este magnífico libro del ex
comunista Francisco Félix Montiel. En las páginas 64 y 65 se lee:
“Los
rusos se habían equivocado, como a menudo ocurría cuando tropezaban con las
condiciones y las circunstancias internas de los países donde actuaban sus
agentes. La retirada del Gobierno pura y simplemente, era, por lo menos,
confesar cierto desinterés o despego en relación con una guerra de la que el
comunismo, por su intervención en ella, venía obteniendo dentro y fuera de
España considerables dividendos políticos. Era un capital que no se debía
desbaratar precipitadamente. El comunismo no podía aparecer como alejándose o
desinteresándose de una lucha que había despertado la adhesión de muchos
millares de hombres y mujeres de todo el mundo a las banderas del Komintern. La
fórmula (resuelta en las discusiones de Barcelona entre comunistas españoles y
representantes directos del Kremlin) era
un cambio pérfido que sin duda ‘mejoraba’
los términos del planteamiento. Significaba continuar presentándose como los
más abnegados defensores de la República y como los motores del gobierno. El
comunismo iba a actuar ocultamente sin dejar traslucir ninguna
desafección. Iba a actuar como una
venenosa quinta columna desde dentro de la República, y mejor estando en el
Gobierno y con hombres suyos en los puestos de decisión militar y política. Se
le daba a la propuesta soviética un giro mucho más alevoso y más eficaz. Los
comunistas. Los comunistas iban a ser de hecho los organizadores de la derrota
( ya veremos cómo), pero debían encontrar la manera de culpar a otros del
desastre y seguir apareciendo ellos como
los más consecuentes luchadores, como los campeones dela ‘resistencia’, como los más leales
defensores de la causa republicana. Los comunistas debían salir de la lucha con
las banderas limpias y en alto. Los traidores serían todos los demás. Hay que
reconocer que la nueva fórmula, más sinuosa y retorcida, quedaba más centrada
en la naturaleza de disimulo y doble juego propia del marxismo-leninismo como
doctrina y como experiencia universal.
Puede
entenderse, a la vista de los hechos históricos, que el plan de Stalin no era
simplemente la huida frente a ‘posibles
complicaciones internacionales’, como dijeron representantes del Kremlin,
sino algo mucho más concreto y atrevido: el pacto con Hitler. Este pacto,
consumado en agosto de 1939, debió levantar sospechas en los que habían seguido
con pasión política la lucha por la República, sospechas – digo – sobre la
claridad y la limpieza del ‘antifascismo’
de la URSS y de los comunistas. Debió hace reflexionar sobre muchos sucesos,
visibles y resonantes, que fueron multiplicándose en los últimos meses de la
guerra”.
Sobre el tema del pacto Hitler-Stalin, nos dice
Montiel en la página 67:
“
. . . el escandaloso hecho de que en diciembre de 1936, agentes personales de
Stalin ya hicieron exploraciones de entendimiento con Berlín . . . diciembre de
1936, en plena guerra española, cuando estaba desarrollándose la heroica
defensa de Madrid, con tanques y aviones rusos y con las Brigadas
Internacionales”.
Recomendamos leer el libro para ver el “vínculo
luminoso”, oiga.
Continuará.
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