sábado, 12 de octubre de 2024

Las dos Repúblicas. ( L X I )


 

¿No hay que “recuperar la memoria histórica” “zapateril” y la “democrática” de Su Sanchidad? Pues vayamos a ello.

Hubo un personaje en los tiempos de la Segunda República, del que casi nadie habla. Nos referimos al asturiano J. Loredo Aparicio, socialista  masón,  simpatizante del trotskismo, participante asistente a la fundación del PCE, militante de Izquierda Comunista y viajero a la URSS como delegado del citado PCE, siendo expulsado posteriormente de este partido, gran activista en la revolución de 1934 en Asturias, y varias cosas más.

 Este individuo escribió, entre otras cosas, un artículo en el diario “Avance”, periódico socialista editado en Asturias  entre los años 1931 y 1937, artículo que apareció el 21 de abril de 1937, y que llevaba por título “Los nuevos ricos”. No hacemos ningún comentario, porque se comenta por sí solo. Dice así:

 “Hemos ido al cine una de estas noches. No nos figurábamos que el local pudiera estar tan lleno: se ve que la gente quiere distraerse, y hace bien; cada cual busca la compensación a sus dolores donde puede y como puede. Con tal de no perjudicar a la causa, no hay por qué privar a nadie de sacar a la vida el jugo que pueda, cuando al día siguiente no sabe si se ha de quedar privado de la luz del sol.

El tope al placer está en el bien común. Divertirse, bien; a cargo de la colectividad, no. El que va al cine por una peseta, la paga de su bolsillo; quien va en automóvil va a costa del Tesoro público: ni el coche es suyo, ni el chófer lo paga de su peculio, ni la gasolina se consume gratis. Ahora bien; hay muchos, pero muchos ciudadanos, a quienes nunca tocó del auto sino el regalo del polvo y del barro, que ahora, porque cambió la tortilla, creen que pueden endosárselo a sus conciudadanos. No nos explicamos que a la puerta de los cines haya docenas de autos esperando a sus “amos”, ni que los domingos echen a correr por esas carreteras los nuevos funcionarios con sus amigos, sus familias y, como decía una buena mujer que yo conocí en mi infancia, ‘lo que cuelga alrededor’.

Del caos hemos salido; entramos en la fase de organización. Para organizar tropezamos con las dificultades que nacen de nuestra incompetencia e inexperiencia, y con las malas pasiones de los egoístas, de los ambiciosos, de los arrivistas, los audaces e incluso los ladrones. Una porción de individuos cuya existencia no tenía más nota característica que la vagancia voluntaria, la falta de adaptación por defectos de carácter –no por injusticia social- se creen poseídos de una gran capacidad revolucionaria, y tras de hacerse callo en el hombro con un fusil que nunca disparó, y si disparó fue donde no debía, se figuran haber hecho méritos suficientes para ocupar un buen puesto.

Que no es, naturalmente, en el frente, sino lo más lejos posible de las trincheras. Ciudadano que se pasó los días y las noches limpiando de enemigos la retaguardia, sin peligro alguno para él, claro es, hoy es amo omnímodo de la cooperativa donde diez subalternos despachan dos onzas de chocolate a la semana. Aquel que tiró dos tiros desde una esquina contra el Simancas, se convirtió en jefe de un organismo donde se distribuye algo positivo. El otro que se metió en un hospital, con su familia completa, a vivir gratis et amore de lo destinado a unos heridos que nunca se presentaron, hoy truena porque no se le nombra jefe... de policía de retaguardia. Unos y otros tienen que vivir en casa requisada, con auto a la puerta, oficina bien cómoda y, si a mano viene, secretario que se encargue de aliviarles el trabajo. Son los nuevos ricos, en resumen, de la revolución”. 

Continuará.



 

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