¿No hay que “recuperar la memoria histórica”
“zapateril” y la “democrática” de Su Sanchidad? Pues vayamos a ello.
Hubo
un personaje en los tiempos de la Segunda República, del que casi nadie habla.
Nos referimos al asturiano J. Loredo Aparicio, socialista masón,
simpatizante del trotskismo, participante asistente a la fundación del
PCE, militante de Izquierda Comunista y viajero a la URSS como delegado del
citado PCE, siendo expulsado posteriormente de este partido, gran activista en
la revolución de 1934 en Asturias, y varias cosas más.
El tope al placer
está en el bien común. Divertirse, bien; a cargo de la colectividad, no. El que
va al cine por una peseta, la paga de su bolsillo; quien va en automóvil va a
costa del Tesoro público: ni el coche es suyo, ni el chófer lo paga de su peculio,
ni la gasolina se consume gratis. Ahora bien; hay muchos, pero muchos ciudadanos, a
quienes nunca tocó del auto sino el regalo del polvo y del barro, que ahora,
porque cambió la tortilla, creen que pueden endosárselo a sus conciudadanos. No
nos explicamos que a la puerta de los cines haya docenas de autos esperando a
sus “amos”, ni que los domingos echen a correr por esas carreteras los nuevos
funcionarios con sus amigos, sus familias y, como decía una buena mujer que yo
conocí en mi infancia, ‘lo que cuelga alrededor’.
Del caos hemos salido; entramos en la fase de
organización. Para organizar tropezamos con las dificultades que nacen de
nuestra incompetencia e inexperiencia, y con las malas pasiones de los
egoístas, de los ambiciosos, de los arrivistas, los audaces e incluso los ladrones.
Una porción de individuos cuya existencia no tenía más nota característica que
la vagancia voluntaria, la falta de adaptación por defectos de carácter –no por
injusticia social- se creen poseídos de una gran capacidad revolucionaria, y
tras de hacerse callo en el hombro con un fusil que nunca disparó, y si disparó
fue donde no debía, se figuran haber hecho méritos suficientes para ocupar un
buen puesto.
Que no es,
naturalmente, en el frente, sino lo más lejos posible de las trincheras.
Ciudadano que se pasó los días y las noches limpiando de enemigos la
retaguardia, sin peligro alguno para él, claro es, hoy es amo omnímodo de la
cooperativa donde diez subalternos despachan dos onzas de chocolate a la
semana. Aquel que tiró dos tiros desde una esquina contra el Simancas, se
convirtió en jefe de un organismo donde se distribuye algo positivo. El otro que se metió en un hospital, con su familia
completa, a vivir gratis et amore de lo destinado a unos heridos que nunca se
presentaron, hoy truena porque no se le nombra jefe... de policía de
retaguardia. Unos y otros tienen que vivir en casa requisada, con
auto a la puerta, oficina bien cómoda y, si a mano viene, secretario que se
encargue de aliviarles el trabajo. Son los nuevos ricos, en resumen, de la
revolución”.
Continuará.
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