Estamos en una sociedad en la que la delincuencia campa por sus respetos,
por mucho que traten de camuflarla y maquillarla con flacas y falsas
estadísticas. El objetivo de esto es disuadir a las personas para que no
presenten sus denuncias, por muy grave que haya sido el delito.
Conocemos un caso que lo puede explicar todo. Entra en un establecimiento un tipo que empieza a mirar para todos los sitios en busca de cámaras. La dueña le pregunta que qué desea. El sujeto dice que nada, y continúa mirando por todos los sitios. La señora, alarmada, se va a la trastienda y llama a la policía explicando la situación. Le dicen que si el tipo le ha hecho algo, si la ha agredido, o ha robado algo. La señora responde que no. La policía le responde que entonces no puede ir porque no ha sucedido nada. Vuelve la dueña para la tienda y el sujeto sigue en la misma actitud. Muerta de miedo, vuelve a llamar a la policía diciendo que era la misma persona que había llamado hacía unos minutos y que había matado al posible atracador. A los cinco minutos, se presentaron en la tienda ambulancias, policía, helicópteros, etc, con lo que el delincuente, al oír las sirenas, huyó. La señora les dijo que era mentira que había matado al tipo. No tuvo más remedio que recurrir a este truco para que se presentase la policía. El asunto se comenta por sí solo.
Pero, ¡ah!, cuando el delito aparece en el mundo y en el ambiente de “famosos”,
“artiscejos”, gays y demás farándula, el asunto se convierte en público,
notorio y, si nos apuramos un poco, hasta trascendental, oiga.
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