Como decíamos en el anterior artículo, en éste veremos
someramente lo organizado y lo natural en la vida social.
Para organizar una sociedad, hay que partir de algo
natural y no ficticio. Y ese algo natural y básico es la familia. Si ésta no
existe o se destruye, el resultado ya sabemos cuál es.
Hay otras cosas naturales para organizar una sociedad:
la amistad, acuerdos, simpatías, etc, etc.
Por otra parte, la agrupación de familias en pueblos o
ciudades, es una forma natural de constituir una sociedad por las necesidades
vitales obvias. No cabe duda de que estos conjuntos son mucho más complejos que
la familia, por lo que es necesaria una autoridad que armonice la organización
de estos conjuntos.
Aquí es donde debe intervenir el Estado para la
coordinación y consecución del bien común, si bien no debe inmiscuirse en los
asuntos individuales, tales como los deberes religiosos, éticos, morales y
sobre todo en la libertad. Si verdaderamente se respetan estos asuntos, es
justificable la intervención estatal para mantener el orden y la armonía.
Como es lógico, y como sucede en todo el acontecer
humano, la organización de la vida social requiere un gran esfuerzo para
perfeccionar esas cosas naturales de las que hablábamos. Si no se arrima el
hombro, se caerá en la pereza y en lo rutinario, que pueden traer malas
consecuencias sociales, como se está comprobando actualmente.
En el próximo y último artículo veremos los factores
que hacen posible la convivencia humana.
Continuará.
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