Como decíamos en nuestro anterior artículo, el delincuente se encuentra
protegido y el ciudadano normal
desamparado. Y decimos el ciudadano normal, porque el anormal, es decir, el
político, no le preocupa en absoluto el delincuente porque para eso cuenta con
escoltas, guardaespaldas y demás, oiga.
Ni qué decir tiene que esta seguridad de la que disfrutan los ciudadanos
“anormales”, es pagada con el dinero de los impuestos que pagamos los
ciudadanos normales. Seguramente que si parte de este dinero se dedicase, de
forma efectiva y contundente, a combatir la delincuencia, y no a pagar las
escoltas y demás, todos nos sentiríamos más seguros y protegidos, y los
delincuentes no disfrutarían de tanta impunidad. Pero, claro, “nos conviene que haya tensión”,
Zapatero dijo en su día.
Responder al por qué de tanta delincuencia, no es cosa fácil. Pero
someramente se puede decir que una de las causas es el sistema educativo que
impera en España desde hace varias décadas, del que han desaparecido todo tipo
de valores éticos y morales.
Por otro lado, están también los “castigos” que se imponen a los
delincuentes que, con tantas “matizaciones”, reglamentos y demás, hacen que los
citados delincuentes se encuentren muy a sus anchas. Tal parece que, para los
redactores de códigos, para los sistemas de seguridad del Estado, para los directores
de prisiones y para los políticos, les importa más que el malhechor se
reinserte, cosa ésta que prácticamente no ocurre, que defender a las víctimas.
No hay más que ver cómo actúa la policía: con las manos atadas, mientras que el
delincuente actúa con ellas desatadas, para robar, para maltratar o asesinar,
como ocurre con frecuencia.
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