República .
El Diccionario de los
“inmortales” de la Real Academia Española, define la República como; 1. “Organización del Estado cuya máxima
autoridad es elegida por los ciudadanos o por el Parlamento para un período
determinado. 2. En algunos países, régimen no monárquico”.
Si nos atenemos a la primera
definición, parece que sería la más justa y legal: los ciudadanos elegirían
entre varias opciones teniendo en cuenta, siempre, las otras menos elegidas o
menos votadas. Todo esto llevaría a un respeto por las libertades: políticas,
económicas, religiosas, de asociación, de sindicación, de prensa, de educación,
derecho a la huelga, etcétera. En resumen: no habría presos políticos ni
represalias sobre los disidentes. Estaríamos ante la República del respeto,
del valor de la palabra y del entendimiento, es decir, sería una República liberal
como la que querían para España Ortega y Gasset, Marañón, Menéndez Pidal,
Madariaga, Melquíades Álvarez y otros. Sería la República que con tanto
entusiasmo y fe anhelaban los españoles el 14 de abril de 1931.
Sin embargo, la segunda
definición nos llevaría a una República distinta. Si no hay monarquía y si un
régimen dictatorial (marxista o islámico), los ciudadanos ya no gozarían de las
libertades fundamentales antes mencionadas. Sería una República
monopartidista, podría ser un sistema personalista y autoritario, carente de
contrapesos institucionales, sujeto a la arbitrariedad de un individuo o de un
grupo minoritario, y sin controles jurídicos legítimos.
Este tipo de República suele
estar dirigida por una persona, o un partido único, que se creen dueños de la
verdad absoluta y, por tanto, no hay espacio para el diálogo.
El pueblo está manipulado y
dirigido, a la vez que mediatizado y vigilado por la propaganda oficial y la
censura.
La vida quedaría reducida a
un determinado número de acciones permitidas. El individuo sólo es un ente
receptor y no emisor. De esta forma se evita el peligro del desarrollo del
pensamiento.
Las personas son dóciles y
maleables. Están moldeadas y dirigidas desde el poder.
No se dan cuenta de que, bajo
la apariencia de «libertades», la represión adquiere una dimensión enorme.
Esta República sería una República
despótica y tiránica, un sistema autoritario, cerrado y asfixiado por el
omnipresente partido único. Esto, claro está, sería inadmisible, rechazable y
execrable.
Es evidente que entre ambos
tipos de República hay una diferencia abismal. Por desgracia, la II República española
cayó en manos de unos fanáticos que, siguiendo las instrucciones de la URSS de Stalin, con sus
apoyos, ayudas, asesores, y Brigadas Internacionales, querían implantar en
España una República marxista y prosoviética. No se creía en el valor de la
palabra y el entendimiento, sino en el enfrentamiento, en la fuerza, en la
violencia y en el atropello: para todo esto emplearon todo su ímpetu.
En un artículo publicado en «La Nación», de Buenos Aires,
en el mes de marzo de 1939, el doctor Marañón decía;
«Hay en nuestra guerra un hecho que debe tener, para
la conducta futura de los españoles y de todos los hombres civilizados, un
valor histórico... Este hecho fundamental es la incapacidad absoluta del
método marxista para poner en marcha un país. El gobierno de Madrid, Valencia y
Barcelona tuvo en sus manos todas las ventajas materiales para triunfar... Al
gobierno marxista le ha vencido su absoluta incapacidad».
Por tanto, nos parece un
error meter en el mismo saco a los partidarios de las dos opciones, por más
que pese a muchos “historieteros” y marxistas. De aquí que la palabra
«republicano» se use muchas veces mal cuando se trata de la II República
española. Una cosa es ser republicano y otra rojo-republicano, como los que hay
ahora en la Moncloa, a pesar de que visitaron al Papa, e irán otra vez hoy, día
11 de octubre, a verlo.
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