¿No hay que “recuperar la memoria histórica”
“zapateril” y la “democrática” de Su Sanchidad? Pues vayamos a ello.
Hay
un personaje del que los de la internacional de la mentira, del odio y del
terror, nunca hablan. Nos estamos refiriendo a Jesús Hernández Tomás
(1907-1971), uno de los fundadores del PCE que, como todos los dirigentes de
este partido, al final de la Guerra Civil terminó huyendo a la URSS. Debido a
sus enfrentamientos con la dirección del partido, fue expulsado del mismo en
1944, y borrado de la historia oficial del PCE al escribir, entre otros, el
libro “Yo fui un ministro de Stalin”,
Editorial América, México, 1953, año en el que estaba trabajando como asesor de
Yugoslavia en Méjico y, claro, esto era imperdonable.
Este
libro nos cuenta sus divergencias con el sistema, ya que se dio cuenta de que
la realidad era muy distinta a la propagada por el comunismo, reconociendo
haber estado equivocado durante muchos años.
La
obra denuncia las intenciones que la URSS tenía sobre la España de aquellos
momentos de la Guerra Civil. Así, por poner un ejemplo, nos cuenta Hernández
cómo Palmiro Togliatti, Secretario General del Partido Comunista de Italia,
siguiendo las instrucciones de Moscú, depuso a Largo Caballero como presidente
de Gobierno, sustituyéndolo por Juan Negrín, cuyo filosovietismo estaba
sobradamente comprobado.
Dicho
lo anterior, vamos a transcribir lo que se lee en las páginas 71 a 74 del
citado libro de Hernández:
“Le vi salir
sonriente con su eterno puro en la boca. Goriev era el ruso menos ruso que
había conocido hasta entonces. Hasta en su manera de vestir era distinto. Alto,
espigado, con el cabello prematuramente canoso, casi blanco, daba la impresión
de un gentleman inglés. Me lo imagino caminando hacia el muro de ejecución –
escoltado por las tropillas de la N.K.V.D., que habrían de asesinarle meses
después – con la cabeza alta y altiva la mirada ante sus supliciadores”.
En
otro párrafo nos habla Hernández del “Gengis Kan moderno”, refiriéndose a
Stalin:
“El hombre de la
gran mentira socialista se planteó el problema español en términos simples:
Sacrificando al
pueblo español, empujo a Hitler contra Occidente, lejos de mis fronteras.
Empujando a Hitler contra Occidente, aumento los miedos de los asustados
gobernantes de Francia e Inglaterra y les obligo a mostrarse más dóciles a la
URSS. Con estas dos bazas en la mano puedo ganar puedo ganar una tercera y
decisiva: agudizo las contradicciones entre el grupo anglo-francés y las
potencias nazi-fascistas, les empujo hacia la guerra y me quedo como árbitro de
la situación. Ellos se desangran y yo me fortalezco . . .
A Stalin tampoco
le interesaba una pronta victoria de los rebeldes, porque podría provocar un
desplome vertical de la moral en las potencias democráticas e inclinarlas a una
entrega capituladora ante Hitler, sin que éste desmontara su dispositivo en el
Este. Por eso Stalin prestó una ayuda calculada a la República para que pudiera
sostener la guerra desesperada de desgaste, una guerra constantemente
defensiva”.
A ver cuando los “historieteros” dicen
algo de esto por aquello del “vínculo luminoso” de Su Sanchidad, oiga
Continuará.
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