viernes, 17 de febrero de 2017

“Yo escogí la libertad” ( I I )


Así se intitula el libro de Victor Kravchenko, editorial NOS, 1.947, 495 páginas incluido el índice. Hay otra versión muy posterior de esta obra, editada por Ciudadela, Madrid, 2.008 y con 320 páginas. Nosotros vamos a comentar la primera.


Lo primero que hay que decir es que el autor fue una de las muchas personas que tuvieron agallas para denunciar todo el terror y toda la barbarie del mundo comunista, llegando a ser perseguido a muerte por Stalin y su camarilla.

Como decíamos en la anterior entrega, en ésta seguiremos viendo el capítulo intitulado “El Kremlin en la guerra”, página 401que habla sobre la crueldad del trabajo infantil en la URSS. En las páginas 414 y 415 se lee: 

“Una vez completados aquellos aprendizajes, según el decreto, se destinaría a los muchachos a las instalaciones, minas, obras de construcción y otras empresas, a discreción de la Administración de Reservas de Trabajo, durante le un período de cuatro años. Aunque rodeado por hermosos lemas, el procedimiento equivalía a un reclutamiento de trabajo infantil. Como ya he dicho, se arrancó a los niños de los brazos de sus padres; y «por su propio deseo» desde luego.

En 1943 los contingentes de trabajadores infantiles ascendían, a dos millones al año. Las crueles escenas de separación, con el forcejeo y sollozos de los niños y los lamentos y gritos de sus parientes, se hicieron cada vez más familiares en la tierra martirizada. Se vestía a los reclutas con uniformes, se les alojaba en barracas del Gobierno y se les sometía a una rígida disciplina y a un régimen virtualmente militar. Su tiempo estaba dividido por el trabajo, el estudio y la instrucción física, de acuerdo con las normas calculadas para convertirlos no meramente en servidores obedientes, sino en fanáticos del super-Estado soviético. La doctrina política era, como es natural, la consideración más importante en su adiestramiento.

Incluso antes de la guerra, cuando yo trabajaba en la instalación del Glavtrubostal en Moscú, vi en varias fábricas grandes grupos de aquellos obreros forzados infantiles. Pude enterarme de todo el sistema a que se los sometía. Una diana de tambores y cornetas despertaba a los jóvenes reclutas a las cinco y media de la mañana para realizar ejercicios militares. Después desayunaban, y a las siete se instalaban en sus bancos de trabajo. Tanto los muchachos como las niñas, de acuerdo con los principios espartanos, que prevalecían en su educación, eran como robots del Estado.

A este régimen se añadía una pincelada de ironía colocando al jefe de los Sindicatos obreros pan-soviéticos, Nikolai Snvehnik, miembro del Politburó, en el mando político de la empresa. El jefe de la Administración de Reserva de Trabajo, que estaba encargado de instruir a los jóvenes obreros y los destinaba a varias partes del país, según las necesidadee del Estado, era Maskatov, uno de los secretarios de Shvernik.

Por cinco veces en el curso de la guerra el Gobierno decretó nuevas movilizaciones, elevando el número de aquellos niños y niñas uniformados a nueve millones. Además, centenares de muchachos, algunos de doce y trece años, fueron internados en escuelas militares nuevamente establecidas para ser instruidos como oficiales de carrera para el Ejército, de la misma manera que se moldeaba a otros para carreras proletarias.

Los cadetes militares eran en gran parte voluntarios; pero se recurría a verdaderas hordas de huérfanos de guerra, en parte arrancados de los hogares infantiles y en parte formados por bezprizorni o niños sin hogar, para, llenar las plazas. Por otra parte, los padres incapaces de mantener a sus, hijos se veían tentados a enviarles a las escuelas militares: un alistamiento de por vida”.

Como siempre decimos, libro recomendado para los historieteros de fascículo y para los fanáticos y pedantes marxistas infumables.


Continuará.



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