El título completo del libro es “Las checas del terror. La desmemoria histórica al descubierto”, autor César Alcalá, Editorial LIBROSLIBRES, 2.007, 286 páginas incluida Bibliografía.
Aquí tienen de nuevo los “historieteros” de lo políticamente correcto, un amplio campo de investigación.
Como es sabido, la palabra checa, que en realidad son unas siglas, proviene de Chrezvichainaya Komisia (Comisión Extraordinaria), que fue la primera policía política creada por el cruel Lenin en 1917. Dicho esto, y por mor de la “ley de la memoria histórica”, aprobada en su día en el Congreso con los votos de socialistas y comunistas, los hechos y circunstancias terribles de la zona rojo-republicana, han quedado sepultados. Salvo algunas excepciones, pocos escriben o cuentan lo que sucedió en aquellas terribles checas que no fueron otras cosas que verdaderas y auténticas casas de represión, de tortura, de asesinatos y de crímenes cometidos contra aquellas personas que no estaban de acuerdo con aquella república, que nada tenía que ver con una verdadera República. Fue un genocidio ordenado y planificado al más puro estilo estalinista, y no obra de incontrolados.
Leyendo este libro, no le queda a uno más remedio que preguntarse cómo fue posible que se permitiesen aquellas atrocidades, ocultadas y silenciadas por los de la internacional de la mentira, del odio y del rencor.
La página 33, dentro del capítulo “Las milicias populares”, comienza con el apartado intitulado “Las hazañas frentepopulistas”. Veamos algunos párrafos:
“Desde las primera horas de la mañana del 18 de julio de 1936, las emisoras de Radio Madrid estuvieron excitando a los camaradas a proveerse de armas, que le serían entregadas con sólo pedirlas en los varios locales que se anunciaban. Los camaradas aprovecharon tan explícito ofrecimiento y, como se abrieron las puertas de la cárcel Modelo y demás lugares de detención, resultaron armados exaltados, delincuentes, maleantes, y gente de mal vivir. La única preocupación de estas personas era tener un arma con la que poder perpetuar toda clase de fechorías.
Inmediatamente la horda se dedicó a sustraer a sus dueños cuantos automóviles había en la población, sin que valiesen súplicas. El letrado Cecilio Hereza, anciano y ciego, rogó que no le quitaran el vehículo al serle indispensable, pero fue desoído y amenazado. Una vez en su poder el parque automovilístico – a los que pusieron rótulos trágicamente ridículos, como ‘La isla del terror’, ‘Las águilas de la libertad’, ‘Los leones rojos’, y otros por el estilo – se entregaron a una orgía de asesinatos, saqueos, incautaciones de edificios, con un constante ir y venir en los coches erizados de fusiles que salían amenazadores por todas las ventanillas, lo que daba a Madrid el más amedrentador aspecto. Tal fue el origen de la institución revolucionaria omnipotente de los milicianos, palabra que antes de terminar el mes de julio ya se oía con horror.
Estos crímenes pudieron perfectamente ser evitados, puesto que se conocían los sitios elegidos para perpetrarlos. Hasta el punto que la Policía era enviada, a primera hora de la mañana, con la cámara fotográfica, para retratar a los fusilados de aquella noche, enterada ya de dónde encontraría los cadáveres. Pero no se enviaba antes a la Guardia Civil ni a otras fuerzas para evitar los fusilamientos, sino que se esperaba para actuar a que se hubieran cometido, y hasta después no se hacía nada”.
En la próxima entrega veremos la gran pantomima que era la Dirección General de Seguridad en aquellos terribles días.
Continuará.
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