Que no nos engañen: llevan casi cuarenta años preparando la desintegración de España, con tácticas diferentes, según los tiempos y gobiernos, y con estrategias políticas perfectamente planeadas.
Si por cualquier circunstancia, como ocurrió en la implosionada URSS, se llegan a conocer los secretos de los archivos de esta secta que nos gobernó, y nos gobierna, se verá que cualquier parecido con la España de hoy, no es casual ni fruto del azar.
Cuando el Morrongo Circunflejo se hizo con el poder en las elecciones del 2004, con este sujeto comienza el descuartizamiento de España, que ya había empezado muchos años atrás de una manera subliminal y sibilina. Nos estamos refiriendo a la Constitución de 1.978, de la que salieron beneficiados toda una clase, o casta, oligárquica nacionalista y política, clase sin valores ni principios, con sus derroches, privilegios, regalos y demás.
(Sobre este asunto recomendamos leer nuestra reseña sobre el libro “La casta. El increíble chollo de ser político en España”, autor Daniel Montero, Editorial La Esfera de los Libros, noviembre 2009, 286 páginas, insertado en este blog con fecha 25 de enero de 2.017).
En la tal Constitución, lo primero que se nos presenta es el troceo de España en diecisiete reinos de taifas. Había que atender a las reivindicaciones históricas del separatismo. Para eso estaba el “hecho diferencial”, claro. Así se sembraba el enfrentamiento y se diluían muchas cosas, entre ellas, el concepto de patria y el sentimiento de unidad.
Ya sabemos que el “pueblo soberano” vota lo que le echen. Lo amodorraron y adormecieron con aquello de que íbamos a ser europeos (“ya somos europeos” ¿se acuerdan?) y otra serie de cantinelas. Y sucedió lo que tenía que suceder: dicho pueblo estampó en las urnas, como si de su firma se tratase, la validez del sistema. Un sistema que había sido pergeñado por unos pro-hombres, autocalificados de elite, y nombrados a sí mismos para redactar lo que quisieron y más les convenía.
Y se parió la Carta Magna, a la que solamente unos pocos se atrevieron a criticar porque se daban cuenta de que los términos de nación, patria y unidad iban a desaparecer. Y así fue. Nadie les hizo caso.
Llegamos entonces al principio de liquidación de España. Como “el pueblo soberano” no se entera de nada, y ellos lo saben, se pisotea el texto constitucional constantemente pasándolo por el forro de los dídimos cuantas veces sean necesarias. Y entonces se llega al momento álgido: hay que entrar con bisturí en mano para sajar el bulto de los estatutos que el texto llevaba desde su gestación. Esto traerá la opresión y el totalitarismo.
En un próximo artículo, veremos para qué sirven esos diecisiete reinos taifás, con las consecuencias, provocaciones y reacciones motivadas por los “nazionalismos” y por el “hecho diferencial”.
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