Veremos ahora qué es lo que nos han traído los diecisiete reinos taifas, con sus reacciones “inesperadas”, ya previstas por la urdimbre conspiratoria.
En primer lugar, los “nazionalismos” tienen como base y objetivo inocular en el “pueblo soberano”, lo que se denomina “hecho diferencial”. El asunto es facilísimo: se saca a relucir el orgullo “patrio”, pero no el orgullo patrio de la Nación, sino el de la “nazión”.
En el supuesto de que España se mantuviese unida, y que las diecisiete autonomías buscasen algún vínculo de unión entre ellas, desligándose de las antiespañolas, probablemente la cosa no funcionase, porque la reacción ciudadana se está produciendo, por ejemplo, con el boicot a los productos catalanes, ya sean fabricados, almacenados, promocionados o distribuidos por alguna empresa de Cataluña. Esto traería como consecuencia la insolaridad, la quiebra y la desmembración del estado ¿No se pudo haber previsto todo esto cuando se redactó la Constitución? Seguro que sí, pero como el objetivo era destruir a la odiada España . . . Nos preguntamos ahora ¿qué gana, y ganó, el socialismo español prestándose a este juego sucio y callado? Habrá que preguntárselo a Felipe González y a Zapatero, y a otros.
Después vienen eso que llamábamos las reacciones “inesperadas”. Que no nos engañen: algunas no son tan “inesperadas”, más bien son inducidas. Tal sería el caso del desprestigio constante que se hace de las Fuerzas Armadas. Mientras todos los países procuran modernizarlas, incluso hasta los más pobres, aquí las hemos convertido en una especie de “onegés” caritativas para ayudar en casos de catástrofes naturales. Cuando de verdad hay que dar la cara como la dan otras naciones, se retiran las tropas cobardemente. Y si alguien osa criticar esto, ya saben, amenazas franquistas por todos los lados, descrédito, insultos y demás parafernalia lingüística.
Hay otro tipo de reacciones provocadas por los tejemanejes secretos que pasan desapercibidos al “pueblo soberano”. Pero luego viene la provocación pública: hay que estimular dichas reacciones porque el “pueblo soberano” no se entera de nada, eligiendo asuntos tales como los archivos de Salamanca, que si el AVE de aquí o el AVE de allá, el trasvase del Ebro, la estación eléctrica Lada-Velilla, ¿Se acuerdan?
Todos nos acordamos de que el Ebro nace en Fontibre, cerca de Reinosa, provincia de Santander. No nace ni en Barcelona, ni en Gerona, ni en Lérida, ni en Tarragona, pero desemboca en Tortosa. Dicho esto, ¿cómo es que alguien pueda disponer de la propiedad y distribución de un agua para desviar el cauce de un río? ¿Y si los cántabros pidiesen desviarlo a Santillana del Mar? ¿Qué tienen de más los catalanes que los santanderinos? Estas preguntas no tienen sentido en la España del “zapaterato” ni en la del “rajoyato”, pues de lo que se trataba, y se trata, es de provocar indignación y ruptura entre los españoles.
En fin, por mor a la tan traída y llevada Constitución, a la que se nombra según convenga, estamos asistiendo a la desmembración de España. Una vez llegada la tal desmembración, no habrá quién ni quiénes la recompongan. Habría que tener muchos dídimos, cosa que en estos tiempos es difícil. Si a veces se habla de modificar la Constitución, a nosotros nos gustaría más recambiarla. Porque si se modifica, pero sigue con los mismos planteamientos que han supuesto que los españoles hayamos perdido los conceptos de patria y unidad, entonces no habremos hecho nada.
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