Estamos viviendo en España
uno de los peores momentos de nuestra historia en muchísimos aspectos. Uno de
ellos es la censura. Esta censura tiene dos objetivos: la Iglesia y la consecución
de unos intereses que van desde los políticos, pasando por los culturales,
hasta llegar a los ideológicos. Todo ello llevado a cabo al más puro estilo
gramsciano.
Esta censura, unida a la
manipulación, está elaborada de forma tan subliminal, que la mentira, la
tergiversación, el engaño, etc., están tan “demiurgamente” unidas, que el
“pueblo soberano” es incapaz de discernir ni darse cuenta de lo que sucede.
Y aquí nos topamos con la
manida frase de “libertad de expresión”,
frase que es pisoteada por los respectivos gobiernos de turno, a pesar
de que la Constitución
nos dice que tenemos el derecho de comunicarnos y recibir información veraz a
través de cualquier medio de difusión.
Sin embargo, ponen límites a
esa libertad de expresión, no respetando el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos de 1.966 y que España suscribió en 1.977.
El artículo 19 de dicho
Pacto, dice:
1. Nadie podrá ser molestado
a causa de sus opiniones.
2. Toda persona tiene derecho
a la libertad de expresión; este derecho comprende la libertad de buscar,
recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de
fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por
cualquier otro procedimiento de su elección.
3. El ejercicio del derecho
previsto en el párrafo 2 de este artículo entraña deberes y responsabilidades
especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones, que
deberán, sin embargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias
para:
a) Asegurar el respeto a los
derechos o a la reputación de los demás;
b) La protección de la
seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas.
Pero no solamente es esto:
también se saltan a la torera la protección de la moral y de la religión. Así,
el Consejo de la Unión Europea ,
en el artículo 9.1, nos dice que la publicidad por televisión u otro medio que
atente contra las convicciones religiosas de las personas y que sean
discriminadas por cualquier circunstancia personal o social, serán ilícitas.
Evidentemente están en juego
muchos tipos de intereses, siendo el más importante para la “pandilla”, el
ideológico. Y por aquí no pasan: les importan un bledo la moral y la censura. Y
es aquí donde sacan pecho: no es lo mismo la censura que se practica en un país
dictatorial, que la que se vende a la opinión pública como procedente de
“democracias consolidadas”.
Claro que la censura en
países dictatoriales, no siempre se condena. La censura que imponen los
gobiernos de Cuba, Venezuela, países islámicos, Corea del Norte, y algún otro,
ni se tiene en cuenta.
No olvidemos que el peor
enemigo que pueda tener un pueblo, es aquel gobierno que se presenta como
demócrata y respetuoso con la libertad, pero que en realidad actúa de forma
opuesta y contraria. Este es el caso de la España actual: la opinión está controlada por el
poder político, con lo que al “pueblo soberano”, ignorante y estulto, se le
oculta o se le deforma la verdad y no se entera. Serían los esclavos felices.
(Nada tiene que ver esto que decimos con la ópera “Esclavos felices” del
español Juan Crisóstomo Arriaga, que la compuso a la edad de 12 años).
Este “pueblo soberano”, que a
veces presume de lo que no sabe e incluso presume de escéptico, las verdades
evidentes y archidemostradas las dicute y no las cree, y sin embargo admite lo
increíble, simplemente porque lo ha dicho la tele que, como ya dijimos varias
veces, “el ente” constituye el último dictamen. Lo dijo Blas, punto redondo.
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