Así se intitula el libro de Gregorio Morán, Editorial Planeta, S.A., 1979, 401 páginas incluido Índice onomástico.
Y terminamos con ese libro. En la página 408 sigue el autor comentando la “personalidad” de Adolfo Suárez:
“Un mes después de su nombramiento como presidente hizo las famosas declaraciones a la revista ‘Paris-Math’ en las que despotricó sobre el catalán, la física nuclear y los problemas de la cultura. Verdaderamente el escándalo fue tan notable que negó haber dicho lo que dijo, y no volvió a meterse en berenjenales culturales”. En otro párrafo de la misma página se lee:
“En todo régimen dictatorial, como fue el de Franco, no hay más ascensos que por los servicios prestados a la causa y a las personas que la representan. Por eso él ascendió peldaño a peldaño en función del servicio que prestó quienes seleccionó como útiles a su carrera política. A mediados de los sesenta su fino olfato le orientó a servir, por encima de cualquier otra cosa, a un hombre que entonces no era el futuro, pero podía serlo algún día: Juan Carlos de Borbón.
Para llegar arriba por el procedimiento del padrinazgo, es inevitable el servilismo y la fidelidad, aunque sea transitoria, a unos señores que no le valoran más que como siervo.
En muchos casos la meta consistía en ser director general, en otros ministro, pero cuando se desea llegar a presidente, cargo que no admite ser compartido con nadie, no debe extrañar que el recurso a la adulación, a la promesa incumplida, al engaño y a la astucia, no sólo sea moneda de cambio, sino procedimiento insustituible”.
En la página 381, dentro del apartado intitulado “La historia no preocupa a los políticos”, figuran los calificativos que se le aplicaban a Suárez. Así, por ejemplo, Emilio Romero decía de él que era “el milagro de Santa Teresa”. Calvo Serer decía que era “el estadista de Cebreros”, mientras que Areilza, en plan despreciativo lo llamaba “Sandokan”. Y sigue el párrafo:
“En cualquier de las tres formas había desprecio, resentimiento o sencillamente desconsideración hacia un hombre del que se sabía muy poco, y cuyo papel en la historia, si es que había desempeñado alguno, sólo podía valorarse como servicios prestados a los grandes, en definitiva una modesta y eficaz labor de lacayo, si es que el término acoge una acepción noble”.
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