domingo, 8 de enero de 2017

Una frustración histórica


Ideología y fanatismo es lo que han transmitido, transmiten, socialistas y comunistas desde “Illo tempore”. La historia y los hechos lo demuestran y lo ponen de manifiesto, aunque lo nieguen rotundamente.

¿Acaso no han puesto desde siempre los intereses de partido, amén de la citada ideología y fanatismo, por encima de los intereses de todos, suprimiendo todo lo habido y por haber, incluso la discrepancia y, lo que es peor, eliminando todo razonamiento que les pueda demostrar sus enormes errores y horrores, importándoles un bledo, dos cominos y tres dídimos el arruinar un país, como quedó demostrado en la extinta URSS, en la que el comunismo dejó 145 millones de pobres?

Lo que hacen con verdadera maestría es inculcar odios y resentimientos. Y lo hacen sacando a relucir y desenterrando la cerrazón, rabia, sentimientos y pasiones, e incluso emociones de otros tiempos, con el objeto de obnubilar la mente del “pueblo soberano”, recurriendo a todo tipo de frases “ingeniosas”, amén de la correspondiente logomaquia y demagogia propias de politicastros de tres al cuarto. 

Y esto que decimos lo estamos viendo en estos momentos con la troupe “podemista”: cuando no hay ni argumentos, ni razonamientos,  sólo los ideologizados, los fanáticos y los cínicos defienden a dicha troupe y “su complexo”, aunque trituren, entro otras cosas, la verdad o la justicia.

Pero todo vale, oiga.  Lo principal es inocular y afianzar la ideología. Y decimos esto de la ideología porque este es uno de los grandes problemas desde hace varios años. Por mor de la citada ideología, las ideas políticas se convierten en creencias, creencias que sustituyen a la mentada ideología invadiendo y convirtiendo todo en política.

Por otra parte, después de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, muchos teóricos políticos han predicho y diagnosticado el final y la caída de las ideologías, preferentemente del marxismo y sus derivados: el comunismo y el socialismo. 

El socialista  Rogelio Blanco Martínez en su obra “Por un socialismo participativo”, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid  2004, 124 páginas, dice:

“Ese marxismo suministró a millones de personas una fe, una conciencia de superioridad en relación con las fuerzas contrarias o competidoras dentro del movimiento obrero. Sirvió para diferenciar el propio campo en los partidos comunistas y alimentar la unidad interna, reforzando un sentimiento de pertenencia. Pero una ideología que vive de predecir su turno final depende del éxito de sus predicciones. Y la izquierda esperaba en Occidente, desde hace un siglo, una revolución que no ha llegado; la clase obrera que emergió el siglo pasado como la gran fuerza social revolucionaria no parece haber estado a la altura de aquellas esperanzas; el sistema capitalista no ha sido derrotado como consecuencia de sus propias contradicciones, al menos, todavía; los Estados de Europa del Este, que probaron ser la encarnación de los ideales marxistas, han resultado ser poco atractivos, represivos, antidemocráticos e ineficaces. Como consecuencia de todo ello, el socialismo sufre  un serio revés, queda desprestigiado ante la gente corriente y entre ciertos sectores interesados en formularlo como única alternativa capitalista. Bien parece que se debilita como paradigma”.

Evidentemente a este párrafo de Rogelio Blanco Martínez, se le podrían agregar muchas cosas más que tratan sobre el terror y el horror  del marxismo.

Mientras el comunismo no tenga en cuenta a la persona como tal, respetando sus convicciones y libertades,  y no se desligue de sus instintos totalitarios, seguirá siendo lo que es: una frustración histórica, por mucho que se empeñen en lo contrario los de la mentada troupe.



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