Creado el 7 de enero 2017 por Pío Moa
Ud
lleva publicados 35 libros de historia desde 1999. Hay quien se pregunta
si no son demasiados para ser realmente serios. Reig Tapia, por ejemplo
Bueno, de historia no son todos, una parte
son recopilaciones de artículos o de blogs que voy publicando sobre la marcha,
dos son novelas, uno es un libro de viajes, otro unas memorias de la época del
GRAPO, y varios ensayos sobre temas diversos, como el feminismo, la masonería,
la democracia, el terrorismo, la situación actual, etc. Otros son en cierto
modo repeticiones de otros con algún esquema nuevo, por ejemplo, mi trilogía
sobre la república y la guerra civil fue resumida en dos libros más, en
los que en vez de las notas se recogían fotocopias de los propios documentos
citados, o de los más significativos. Los libros propiamente originales de
historia serán unos diez. Y sobre Reig Tapia, discípulo del stalinista
Tuñón de Lara, ya he hablado bastante, están mis artículos en internet.
Casualmente, Reig es hijo del que fue director del NO-DO franquista, cosa que
no le hace gracia que le recuerden.
Siguen siendo demasiados libros,
según sus críticos
Esas críticas no valen nada, créame. Están
hechas por vagos, a menudo profesores de historia que han hecho su carrerilla o
su doctorado y se han apalancado para el resto de sus vidas, repitiendo lo
mismo y contando año tras año a sus alumnos las mismas historias, que a menudo
son pura propaganda, y obligándoles a comprar sus libros… Una pena. Además
suelen escribir muy mal. No, la universidad española no es lo que se dice
brillante, y en materia de historia está a un nivel muy bajo. Con las
excepciones de rigor, claro. Esos críticos son incapaces de un debate
intelectual serio, y salen por peteneras, diciendo por ejemplo que no puedo ser
historiador porque no he recibido sus sabias lecciones, o que no he
consultado archivos… Lo malo es que esa gente es muy agresiva y han
logrado crear verdadero miedo en otros historiadores más serios. Casi parecen
una mafia.
Una acusación muy grave, ¿no cree?
Se lo explicaré. En la Revista de
libros encargaron a un profesor que hiciera una reseña sobre algunos
libros míos. Después de varias idas y venidas, terminó por negarse, aduciendo
que ello perjudicaría a su carrera académica, incluso si la reseña era negativa
para mí. Prefieren imponer el silencio absoluto, como si mis libros no
existieran. Otro me escribió en tono simpático ponderando la rabia que me
tenían sus colegas, sobre todo porque mis libros se vendían mucho más que los
suyos… Pero después ha publicado él varios libros en los que no osa citarme,
por la misma razón: puede perjudicarle ante “el gremio”. Varios estudiantes de
historia de diversas facultades me han dicho que los profesores les prohibían
mencionar mis obras. Podía seguir con muchas anécdotas más. Cuando
publiqué Los mitos de la guerra civil, Javier Tusell, que era más
bien de derecha pero estaba en la recua, yo les llamo historiadores de la
recua, publicó en El País una reseña exhortando a
ejercer la censura contra mis trabajos. Claro, por entonces parecía asentada en
la mayor parte de los departamentos y en los medios de masas una versión
de la historia que a poco que se la examine críticamente, hace agua por
todas partes. Y se enfurecen más porque, a pesar de todo, no pueden evitar que
mis libros circulen más que los suyos, no consiguen hacer efectiva la censura,
y entonces insultan a mis lectores calificándolos de “fachas”, “extrema
derecha”, ignorantes y similares. Están realmente cabreados. Daño sí lo
hacen claro, porque tienen los mayores medios, pero no tanto daño como les
gustaría…
Algunos libros suyos, desde
luego, están documentados muy a fondo con material de archivo y de fuentes
primarias. Pienso, por ejemplo en Los orígenes de la guerra civil
Déjeme continuar, porque el tema se las
trae, aunque no quiero extenderme demasiado. A raíz de la publicación
de Nueva historia de España hubo una reunión de varios
historiadores o ensayistas, como Pedro Schwartz y sobre todo el entonces
director de la Academia de Historia, Gonzalo Anes. Todos habían leído el libro
y les parecía excelente y que había que darle “vuelo”. Decidieron entonces
facilitarme cierta publicidad y el acceso a medios académicos, y se hizo un
plan al respecto. Pasó el tiempo, y nada. A decir verdad, yo era escéptico
desde el principio, pero años después me enteré finalmente de que Anes se había
“rajado”. Es decir, tenemos por una parte a historiadores y profesores que han
hecho su carrera y cimentado un prestigio mayor o menor sosteniendo tesis que
he demostrado ser falsas, y, claro, es humano: no van a dar su brazo a torcer a
estas alturas. Lo malo es que no aceptan el debate, sino que tratan de imponer
la ley del silencio y la maniobra oscura. Y luego hay muchos que están
más o menos de acuerdo conmigo pero que tienen auténtico miedo a que les
coloquen el sambenito de ser moístas o revisionistas o neofranquistas o cosa
por el estilo. Y entre unos y otros crean un ambiente intelectual de verdadero
páramo. Decía Cicerón que la verdad se corrompe tanto por la mentira como por
el silencio, que le permite imponerse. Es una auténtica vergüenza. Unos
politicastros han intentado incluso meterme en la cárcel, sin que ninguno de
esos probos intelectuales alzase la voz para nada. Es asombroso y enormemente
penoso, en una democracia al menos aparente. Un país con tantos problemas como
España debía tener debates serios, y el hecho de que no los haya ya revela la
anemia cultural del país. Todo son tópicos y cada cual a lo suyo.
¿Qué libro suyo consideraría
usted el más logrado?
Permítame que hable antes de la cuestión
de los archivos. Los archivos son muy importantes cuando se trata de investigar
una cuestión concreta y de fondo. Así, en mi trilogía sobre la república y la
guerra buceé en los archivos del PSOE, en el de Salamanca, en el
Histórico Nacional, en la documentación de las Cortes, la prensa de la época,
las memorias de los principales personajes, etc. Fue un trabajo exhaustivo y
desde luego no han podido refutarlo ni por lo más remoto. A día de hoy no hay
nada importante que yo mismo crea necesario corregir, y la trilogía permanece
plenamente válida. Pues bien, debo decir que en el archivo de la Fundación
Pablo Iglesias, por ejemplo, que visité durante años, casi nunca encontraba a
ninguno de esos críticos y muy a menudo era yo el único que me estaba allí
mañanas o tardes enteras. Lo mismo en el archivo de Salamanca o en la
biblioteca de las Cortes. Lo que hacen a menudo es mandar a algún becario a hacerles
el trabajo… En fin, esa seudocrítica revela pura y simple picaresca, porque
cualquier que lea mis libros puede desmentirla. Pero tratan de desanimar a los
incautos de leerme.
Pero es verdad que he
publicado algunos otros libros, como Los mitos de la guerra civil con
poco aparato de notas y demás. Pero se debe a que dicho aparato ya estaba en la
trilogía anterior y se trataba de aligerarlo para hacerlo más popular. Además,
aunque esos amantes platónicos de los archivos no lo entiendan, en historia es
muy importante exponer los hechos con una lógica, y se pueden escribir buenos
libros de historia, como los de Paul Johnson, basándose en fuentes secundarias
o en bibliografía existente, aplicándoles un buen sentido crítico. Por otra
parte, hoy con internet el lector puede encontrar fácilmente las fuentes y
referencias en muchos casos, fuentes exhibidas y muchas veces no consultadas
realmente en trabajos académicos. Muchos autores hacen con
ellas una exhibición de pedantería. Y a decir verdad, las versiones
corrientes sobre la guerra civil son tan endebles que basta un análisis de
ellas hecho con sentido común para demolerlas. Piense, por ejemplo, en el
empeño en presentar al Frente Popular como defensor de la democracia y la
libertad: fíjese usted que qué partidos y personajes componían aquel Frente y
verá que se trataba de totalitarios, racistas, golpistas y similares. Es lo que
llamo “la Gran Patraña”, que a su vez genera una infinidad de otras. La
permanente mentira, que decía Marañón.
Pero estará usted más satisfecho
de unos libros que de otros.
Mire, en todos mis libros he procurado
aportar algo nuevo, no simples detalles, sino visiones de conjunto nuevas.
Repetir lo que ya se ha dicho muchas veces, aunque sea con palabras nuevas o
aportando unos pocos datos secundarios, no me interesa. En algunos libros
como Años de hierro corregiría cierto número de detalles, pero en lo
esencial se mantiene perfectamente. En otros, solo algún que otro detalle,
aunque con el tiempo, lógicamente, entrarían cosas nuevas. No hay ningún libro
de historia del que me sienta insatisfecho, porque los he escrito
concienzudamente. De un buen entendimiento del pasado depende en muy alta
medida lo que podamos hacer o no hacer en el presente, y una mala asimilación
del pasado vuelve muy problemático el futuro, cosa que muchos no quieren
entender. Por eso he investigado, por ejemplo, los separatismos en Una
historia chocante. Es un tema absolutamente fundamental en la
actualidad,. Pues bien, aunque parezca mentira, no existía antes un estudio
histórico de los dos simultáneamente y ligados a la evolución política de
España en el siglo XX. Existen monografías valiosas sobre uno u otro
separatismo, pero a menudo ligándolas muy defectuosamente a la evolución del
conjunto del país, lo que las debilita en gran medida. (…) Mi obra más
ambiciosa es un amplio compendio,Nueva historia de España, que como
compendio no precisa muchas notas. En él me he basado en gran parte para
elaborar a su vez Europa, una introducción a su historia. Los
dos son trabajos de síntesis sobre una enorme masa de datos políticos,
institucionales, económicos, militares, filosóficos o de pensamiento,
etc., una masa en realidad inabarcable, lo que me ha requerido un esfuerzo
enorme de condensación. Se trata, nuevamente, de aplicar el sentido crítico a
una infinidad de datos ya sabidos o aceptados comúnmente, pero dándoles un
orden y un enfoque nuevos. Por ejemplo, casi toda la historiografía actual da a
la economía y la técnica un valor decisivo como clave del sentido de la
historia. En mi opinión, tales factores son muy importantes, pero no los
decisivos que permitan dar sentido a la evolución humana. Creo que es el
factor religioso el decisivo, incluso cuando se imponen tendencias históricas
como las actuales, con ideologías que parecen antirreligiosas, pero en
definitiva son solo anticristianas. En realidad las ideologías son religiones
sucedáneas, que implican una fe, unos ritos, unos mitos, etc. Estoy
trabajando ahora, precisamente en un ensayo sobre el hombre como “animal
religioso”, para fundamentar más a claramente la tesis.
¿Para cuándo estará?
No lo sé, espero que este año.
Porque además quiero escribir otra novela. La anterior, Sonaron gritos
y golpes a la puerta, trata de la generación que hizo la guerra civil
y la posguerra, incluyendo la campaña de Rusia y el maquis. Esta nueva
tendrá más que ver con la llamada generación del 68, y tengo en perspectiva una
tercera sobre la actualidad.
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