Casi con toda seguridad, en la televisión es donde se ven más la censura y el mangoneo.
Como se sabe, bueno, el “pueblo soberano” a lo mejor ni se entera, en su día se produjeron “adjudicaciones” de canales digitales, adjudicaciones en las que están muchas cosas en juego: desde los intereses económicos, hasta el control ideológico y político.
Cuando a esas “adjudicaciones” se presentan instituciones o empresas completamente independientes del poder político, se les ponen todo tipo de trabas y obstáculos para que queden fuera de la licitación.
Lo que interesa a los “adjudicadores” es que los adjudicatarios sirvan una televisión que, desde el punto de vista “moral”, cultural, social y político, sirvan a los intereses de “la secta”. Así, se permite la programación del “todo vale”, aunque se incumplan leyes, Constitución, derechos humanos, reglamentos, normas, etc.
Por otra parte, la transmisión de cualquier programa en el que se hable de la dimensión trascendente del ser humano, es automáticamente barrido y censurado porque, aparte de chocar frontalmente con los planteamientos de lo políticamente correcto, los que tienen la sartén por el mando se dan cuenta y saben que para “el pueblo soberano” si no se ve por televisión una cosa, es que no existe.
Pare terminar, podemos decir que la televisión transmite unos modelos de persona, familia y sociedad muy “ad hoc” con lo políticamente correcto. Así, por poner, unos ejemplos diremos que a toda persona con convicciones religiosas, se la desprecia olímpicamente, mientras que otras que creen en nigromantes, quiromantes, visionarios, adivinos, “anthonyblakes”, etc., se la aplaude y se la celebra; a los matrimonios se les dice que tener hijos es una esclavitud; si una persona le da por decir que sigue los valores tradicionales, automáticamente se la tacha de chapada a la antigua; se les inculca a los hijos la constante rebeldía contra los padres, presentándoles modelos
En fin, tenemos la televisión que nos merecemos: la del Gran Hermano de George Orwell.
Continuará.
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