Como decíamos en la anterior entrega, en esta última
veremos someramente las predicaciones de Marx sobre el trabajo que hace en el
Manifiesto Comunista. Y con esto terminaremos los artículos sobre el tema, para
conmemorar el derrumbe de la URSS que tuvo lugar el 8 de este mes de diciembre,
pero de 1991.
Como ya sabrán, en el Manifiesto Comunista se
contempla la “equitativa obligación para todos de trabajar. La
formación de ejércitos industriales, especialmente para la agricultura”. La
teoría comunista predica que el derecho para gozar de lo producido sólo lo da
el trabajo. Esto, como otras muchas tonterías marxistas, no se sostiene porque,
vamos a ver: ¿qué será entonces de los viejos, de los muy jóvenes, de los
enfermos y de aquellos cuyo trabajo no sea necesario de forma temporal, sin que
ellos tengan la más mínima culpa?
Aquí subyace un asunto del que nadie habla:
todos los que puedan trabajar, deben ser obligados a ello, obligación por medio
de la amenaza o por la aplicación del Código Penal muy ad hoc al sistema ¿Y qué
clase de trabajo se hará? ¿Cuál será el más importante? ¿Cómo se retribuirá
cada tipo de trabajo? ¿Cobrará lo mismo una limpiadora del metro de Moscú que
una trabajadora de un koljós? La respuesta de los marxistas es que el trabajo
más útil, o más importante, es el que determinen las autoridades. Se supone que
un trabajo “importante” será el de la impresión de todo tipo de libros y
revistas que vayan a favor del régimen. ¿Y si ese mismo trabajo de impresión se
emplea contra el citado régimen? Entonces, ya no es importante, aunque las
horas de trabajo y el sudor sean los mismos en ambos casos. En una palabra:
estamos ante una auténtica censura y carencia de libertad.
Sobre el Estado, las opiniones de Marx no están
claras, porque atentan violentamente contra la libertad del individuo. Así, el
Estado con su poder omnímodo, castigará a las personas que luchen contra él y
lo critiquen. También, y contradictoriamente, el judío concede mucho poder al
Estado, mientras que por otra parte dice que cuando la revolución comunista se
haya consumado, aquél desaparecerá. Predicción insensata porque el Estado
comunista desapareció en la URSS y no precisamente por haberse
instaurado el comunismo. Por otra parte, en países como Corea del Norte, Cuba,
etc, que llevan muchísimos años de comunismo, aún sigue habiendo un Estado con
todas las lacras habidas y por haber.
Pero el cerrilismo de Marx es total y absoluto,
ya que sigue diciendo en el Manifiesto:
“Una vez desaparecidos los antagonismos de
clases en el curso de su desenvolvimiento, y estando concentrada toda la
producción en manos de los individuos asociados, entonces perderá el Poder
público su carácter político. El Poder público, hablando propiamente, es el
poder organizado de una clase para la opresión de las otras. Si el
proletariado, en su lucha contra la burguesía, se constituye fuertemente en
clase, si se rige por una revolución en clase directora y como clase directora
destruye violentamente las antiguas relaciones de producción, destruye, al
mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones de existencia
del antagonismo de las clases; destruye las clases en general, y, por lo tanto,
su propia dominación como clases. En substitución de la antigua sociedad
burguesa, con sus clases y sus antagonismos, surgirá una asociación en la que
el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre
desenvolvimiento de todos”.
Nada de esto se cumplió en la implosionada URSS
y en la actual China pseudo comunista. No digamos ya en Cuba.
Vistos todos estos artículos, nos preguntamos:
¿qué aportó Marx a la Humanidad? Pues tres cosas: tragedia, farsa y
fanatismo. Y decimos fanatismo porque todos los horrores cometidos por los
tiranos criminales comunistas, ya sean Stalin, Pol Pot, Mao, Fidel Castro,
Carrillo, etc, gozan de toda comprensión. Para muestra una frase del asesino de
Paracuellos:
“Cada día es mayor mi amor por el gran
Stalin”. O esta otra de Malraux: “Acepto los crímenes de
Stalin donde quiera que se cometan”.
Y terminamos con unas palabras del filósofo
Bertrand Russel, que fue un desencantado del comunismo:
«El problema de la humanidad es que los
estúpidos están totalmente seguros, y los inteligentes llenos de dudas”.
También transcribimos una frase del sociólogo francés Gustave Le Bon:
“Cuando el error se hace colectivo adquiere
la fuerza de una verdad”.
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