Si la política fuese un tema sencilla y llanamente
técnico, que tuviese el objetivo de procurar encontrar y buscar los medios
necesarios para el bien común, el gobierno sería simplemente una administración.
Pero, claro, oiga, dicha administración solamente
existe en situaciones y en estructuras, escenarios y circunstancias concretas y
restringidas, no teniendo nada que ver con la desastrosa situación social que
padecemos, parecida a una “polis” griega que, como ya sabrán, eran estados
autónomos de la antigua Grecia
constituidos por una ciudad y un territorio pequeño.
La verdad es
que hay doctrinas y quimeras que inciden y se meten en la realidad y en la vida
de las personas, muchas de ellas orgullosas de pertenecer a “organismos
sociales” bien ideados y dirigidos por personas y “persones” de “categoría”,
aunque mientan y engañen a todas horas. Ahí está la “divinidad humana” del
judío Karl Marx, un sujeto que está tomado como base por todas las ideologías
de izquierdas.
Lo que hay que tener en cuenta es la distinción entre
intereses políticos y no políticos, distinguiendo intereses, puntos de vista,
opiniones, etc, morales y no morales. Obviamente, la moralidad, a diferencia de
la política, está indefectiblemente conexa y vinculada al quehacer de la
conducta humana, aunque a veces hay divergencias que van en otras direcciones,
ya que muchas veces no se tiene en cuenta la lealtad, la verdad, la honestidad,
la honradez, la benevolencia, la generosidad, etc, etc.
En fin, lo que priva es la controversia, la discusión,
la réplica, la disputa, el altercado, la querella, la rivalidad, la lucha, la
oposición, el insulto, la mentira. Es decir, la degeneración democrática. Para
eso están el “fangómetro” y el rey del bulo.
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