Como decíamos en la anterior entrega, en ésta veremos algo
sobre las teorías económicas marxistas.
Teorías económicas de Marx.
En su mente dogmática e intransigente, Marx da por
sentadas que la lucha de clases y la transformación industrial, son las bases o
pilares fundamentales de su teoría económica: la teoría del valor y la de la
plusvalía, ambas comentadas en otros artículos anteriormente.
Por enésima vez se ve que el judío en este tema
tampoco es original, ya que había sido abordado por G. Thompson, discípulo a su
vez de Roberto Owen, del que ya hemos hablado. En una palabra: las teorías de
valor, costos, plusvalías, etc son originales de la escuela clásica británica.
Como se sabe, el valor absoluto del trabajo es
el eje del sistema económico marxista, aunque Marx no prueba ni explica cómo
debió hacer eso del “valor absoluto del trabajo”. Aquí la marrullería se ve a
las claras: si hubiera hecho las pertinentes aclaraciones se habría dado cuenta
que “el precio de las mercancías coincide con los costos de trabajo”,
estando esto en rotunda contradicción con otra frase suya en la que dice
que “el valor de un producto son las horas invertidas en su trabajo”.
Además, en “El Capital” se puede leer que “la expresión del valor de
una mercancía en oro es su forma de dinero, o sea su precio”. Sin embargo,
y contradictoriamente, afirma luego que “una cosa puede tener un precio
formal sin tener valor”. Estas dos afirmaciones se autodestruyen y se
autoexcluyen. Pero, claro, los pensadores “químicos” marxistas lo disculpan
diciendo que fue un descuido en la forma de expresarse del judío.
Veamos a continuación lo que decían de él
algunos personajes, como Mijail Bakunin, agitador anarquista revolucionario,
quien en 1.871 escribía:
“Marx era mucho más avanzado que yo; hoy se
encuentra mucho más atrasado, incomparablemente más atrás que yo; yo no sabía
nada de economía política. No había leído las abstracciones metafísicas y mi
socialismo era completamente instintivo. Era él ya un ateo, un materialista
preparado, un socialista bien considerado. Fue justamente por este tiempo
cuando elaboraba los primeros fundamentos de su presente sistema. Nosotros nos
entrevistamos bastantes veces, porque yo lo respetaba mucho por su preparación
y su apasionada y seria devoción siempre mezclada, no obstante, de vanidad
personal a la causa del proletariado, y yo buscaba ávidamente su conversación,
que era siempre instructiva e inteligente cuando no era inspirada por un rencor
mezquino, lo que desgraciadamente le ocurría demasiadas veces. Pero no hubo
nunca una intimidad franca entre nosotros. Nuestros temperamentos no lo
permitían. Él me llamó un idealista sentimental, y tenía razón; yo le llamé un
hombre vanidoso, pérfido y pícaro, y yo también tenía razón”.
En 1.847, también escribía Bakunin desde
Bruselas:
“Los artesanos alemanes Bornstedt, Marx y
Engels – y sobre todo Marx – están aquí, haciendo su daño habitual. Vanidad,
despecho, chismes y altivez acerca de las teorías; pusilanimidad en la práctica
– reflexiones sobre la vida, la acción y la sencillez, y una ausencia completa
de vida, acción y sencillez -; artesanos literarios y disentidores, con una
coquetería repulsiva en ellos. ‘Feuerbach es un burgués’, y el término
‘burgués’ aumentado en un epíteto repetido, ad nauseam; pero cada uno de ellos,
desde la cabeza hasta los pies, en absoluto, totalmente es un burgués
provinciano. En una palabra, mentira y estupidez, estupidez y mentira. En esta
sociedad no hay posibilidad de tomar aliento amplio y libre. Yo me mantengo
apartado de ellos y he declarado decididamente que no me afiliaré a su unión
comunista de artesanos y no tendré nada que ver con ella”.
En próximo y último artículo veremos, también
someramente, las predicaciones de Marx sobre el trabajo que hace en el
Manifiesto Comunista.
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