Como ya sabrán, la segunda acepción de la palabra desiderátum, según el Diccionario de los “inmortales” de la RAE, es “el no va más”.
Dicho esto, la verdad es que siente uno asco cuando oye a ciertos políticos de tres al cuarto, recurrir y emplear la frase “libertad de expresión”. Se creen que sus actas de diputadillos les permiten usar tal frase, no para defender una verdadera política que vaya en beneficio de España, sino para defender sus postulados que nada tienen que ver con la integridad de nuestra Patria. Su fanatismo, así como su soberbia, pedantería, irresponsabilidad y presunción, así lo exigen. Se vuelven catatónicos por salir en los “mass-media”, y no digamos ya nada si comparecen en el propio Parlamento. Entonces ya el desiderátum.
Lo peor de
estos diputadillos, que muchos de ellos se autocalifican de “intelectuales”, es
que creen que la “libertad de expresión” les permite recurrir a la mentira, al
insulto, a la injuria y al enfrentamiento, cuando dicha “libertad de expresión”
no existe en el sistema totalitario y cruel que defienden.
La
“libertad de expresión” para estos sujetos consiste, entre otras cosas, en
incitar al “pueblo soberano” a la rebelión para destruir a la nación española, en
la que viven con gran opulencia.
No
admiten diálogo, ni argumentos ni debates, instrumentos estos de las verdaderas
democracias. Sólo admiten su doctrina y postulados. Totalitarismo puro. Para
eso son grandes timoneles, oiga.
Curiosamente,
el marxista e historiador hispanista francés Pierre Vilar, decía que los
gobiernos izquierdistas que había habido en España nunca habían representado
progreso, sino todo lo contrario: retroceso.
Al mismo tiempo, dichos
sujetos de la “libertad de expresión”, hablan y hablan hilando frases más o
menos rimbombantes y huecas, con el objeto de conseguir tres fines: causar
efecto, dar buena impresión y capturar votos. Si además se consigue que el
auditorio aplauda a rabiar, entonces se llega a otro desiderátum.
Hemos pasado de un
sistema a otro en el que todo está permitido y en el que todo vale. No hace
falta disfrazarlo con efectismos. Para estos menesteres, están estos
“intelectuales”, la mayor parte de ellos pedantes infumables, que están
haciendo un daño irreparable al concepto del verdadero intelectual.
Salen a la palestra y tal
como se les oye expresarse, con “discursos” preñados de bobaliconería, uno se
pregunta que cómo es posible que esto se permita. Porque estos “oradores”,
dispensadores de “noes” y “valeyas”, hacen poner en duda que el noble ejercicio
del pensamiento pueda existir. Parece que, además de Montesquieu, el sentido
crítico también ha muerto. No hay nada más que ver el sentido y la orientación
que le dan a la “kurtura”.
Llama la atención, cómo
estos sujetos son apoyados por otros procedentes de otras cavernas, a los que
les echan una mano. Hoy por ti y mañana por mí, oiga. Y si se ven poco
arropados, entonces acude el resto de la “intelectualidad” con lo más
“granado”, que diría un pedante marxista infumable.
El papel del intelectual ha llegado a tal
mitificación, que hoy se emplea este calificativo para designar a media docena
de progres que tienen menos ideas en su cerebro, que carne pueda tener una
mosca en su tobillo. Esta mitificación surgió, como casi todo el mundo sabe, de
la Internacional Comunista, que buscó en su momento la atracción del
“prestigioso” mundo de la cultura para crear opinión favorable a su mensaje y
doctrina, con la intención de crear lo que luego se llamó la “cultura popular”,
que no es otra cosa que turbas de “folclóricas”, “poetas”, nigromantes,
quiromantes, visionarios, “anthonyblakes”, “rappeles”, guitarristas de aporreo,
bufones y espectáculos de tabalarios y tetas. Por supuesto que para organizar y
dar salida a todo esto, hacen falta pastores (o sacerdotes) e iglesias (o
templos). Los primeros serían los “intelectuales” y los segundos las “casas de
la kurtura”.
Vean las frases del monstruoso Lenin, del que dijo El
Coleta un día que era un “genio” ¡Esto sí que es el desiderátum!
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