Y seguimos con el tema de la enseñanza.
A principios de los años ochenta del pasado siglo X X,
se va perfilando un nuevo tipo de política educativa, sustentado subliminalmente,
y a veces a la cara, por grupos de inspiración e instinto marxista. Como
recordarán, el judío Marx decía aquello de “Hay que hacer la operación más
real, añadiéndole la conciencia de la opresión; hay que hacer la vergüenza aún
más vergonzosa, publicándola. Hay que declarar cada parte de la sociedad como
parte vergonzosa, enseñar al pueblo a tener miedo de sí, para que tenga valor”
(“Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, autor Karl
Marx).
Este párrafo marxista lo asimilaron bien los sociatas
del PSOE de aquellos tiempos. Afrontaron la situación con juicios y criterios “democráticos”,
pero que encerraban un simplismo de caer para atrás. A pesar de la propaganda
política de aquellos años, la invención, el atropello, el desafuero, etc, se
veían en aquel panorama educativo. Todo lo que había antes había que declararlo
podrido, descompuesto, caduco, añejo, antidemocrático, etc.
La FETE (Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza),
organización perteneciente a la UGT sociata, se posicionó de forma clara: “Nuestra
exposición parte de dos tesis marxistas a las que añadimos la constatación que
deduce del análisis de la historia próxima”. Estas tesis eran:
1º).- Las instituciones del Estado dependen de las
condiciones materiales de la producción. Marxismo puro.
2º).- Considerar que la enseñanza es un vehículo y un
vínculo que reproduce el sistema capitalista. Más marxismo.
En resumen: lo que se perseguía, y se persigue, es
poner a la enseñanza bajo el control exclusivo del Estado, es decir, hacia el
estatalismo. Sobre esto veremos algo en la próxima entrega.
Continuará.
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