La Historia,
que es una especie de evolución del homo
sapiens, nos muestra las variaciones culturales, y sobre todo políticas, de
este homo. Y como en casi todas las
evoluciones, lo mismo que si de un proceso biológico se tratase, surge una
mutación y aparece el hombre
nuevo: el militante comunista que iba a configurar el “porvenir radiante de
la humanidad”.
Este militante, aparentemente, es un ser normal: camina, come, duerme, etc. Pero hay dos aspectos que lo diferencian de los otros mortales: el estar siempre dispuesto a “dar el salto”, y dispuesto asimismo a dar lecciones a los demás con una pedantería y una soberbia infumables, lecciones basadas en tópicos y en toda clase de sofismas.
Estos tópicos
y sofismas son una especie de cimientos en los que se basa la ideología
comunista que no admite ni controversias, ni réplicas, ni fisuras, ni dudas y
que, para más INRI, pretende su implantación e imposición universal a base de
terror, de revolución sangrienta y de guerra.
Este “homus komunistus” se caracteriza por su fanatismo y
cerrazón: las ideas están por encima de la realidad, y las consignas están
también por encima de los hechos. Es de un absolutismo insultante, y jamás
duda. Ese absolutismo le lleva a decir y pensar que nada es relativo, salvo las
ideas del que no piense como él. En el momento que se le presente alguna
oposición a sus razonamientos o creencias, se pone catatónico porque no tiene
argumentos e intenta imponer “su” razón, como hacía D. Quijote cuando imponía
la suya al decir que eran gigantes en vez de molinos.
Es incapaz de
la autocrítica y piensa que los demás, “los otros”, son enemigos suyos que
actúan de mala fe. Sólo se basa en la razón e intenta aplicarla a la
“realidad”, aunque ésta le diga que, una vez contrastada “su razón”, que está
fuera de lugar, tiempo, situación y hábito.
En una
palabra: todo tiene solución gracias a la “cabeza” del pensador político, que
dicta soluciones, planes (sean quinquenales o no), normas, reglamentos, etc,
etc, indiscutibles. Y si la realidad y los hechos no se adaptan a lo
establecido, se le corta la cabeza al “cabeza” y todo solucionado. En vez de
intentar solucionar los problemas, se buscan culpables. Lo de siempre.
A pesar de que
este “homus komunistus” ignora la naturaleza de las cosas, intenta, permítanme
las comparaciones, resolver ecuaciones de sexto grado mentalmente, o construir
un portaaviones de 10 kilómetros de largo. El maridaje entre
inteligencia y estupidez queda así expuesto.
En el supuesto
que llegue al poder, empiezan los desmanes: el espíritu totalitario del que
están preñados impondrá al “pueblo soberano” sus designios. Aplastan, machacan
y marginan, en el mejor de los casos, a todos aquellos que no quieren obedecer
sus dogmas y consignas, a la vez que se autohabilitan para hacer todo tipo de
experimentos sociales. Así les fue.
Decía el
monstruoso Che Guevara que “Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de
sacrificio consciente de recibir el premio en la satisfacción del deber
cumplido” ¿A qué
“deber” se referirá? ¿Al de sembrar el odio, la mentira y el terror?
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