Como decíamos en la anterior
entrega, en ésta veremos algo sobre el
miedo de los trabajadores al decir la verdad de la situación.
Dicha situación, omitida por
el gobierno, consistía, entre otras cosas, en que la gente estaba cansada de
buscar trabajo, asaltando las bolsas de trabajo de Moscú y de Leningrado, lo
que producía los inevitables choques con
los soldados del régimen, choques que saldaban con gran cantidad de muertos y
heridos.
Por otra parte, el costo de vida
en aquel “paraíso” era elevadísimo, resultando los salarios insuficientes, ya
que el valor adquisitivo era menor. El mismísimo Trotsky lo reconocía:
“Los salarios de las explotaciones agrícolas suelen ser
inferiores al mínimo legal y ocurre a veces hasta en las tierras que pertenecen
a los soviets. La jornada de trabajo rara vez es inferior a diez horas. Los
salarios se pagan con irregularidad. No se puede tolerar eta miserable
situación” ( I ). Como ya saben, Trotsky fue asesinado en Méjico por
orden de Stalin por el comunista catalán Ramón Mercader, que recibió por esto
el título de “Héroe de la Unión Soviética”, además de concedérsele la
ciudadanía. Sin comentarios.
Por otra parte, solamente vivían
con cierta comodidad los funcionarios y los afiliados al partido. No digamos ya
nada de la “nomenklatura”. Dichos funcionarios y afiliados, aunque no tenían
grandes ingresos, vivían en casas conciertas comodidades, además de ir bien
vestidos. Su situación era bastante superior a la de los obreros y campesinos.
Asimismo, y como ya sabrán
también, los intereses del Estado estaban por encima de los derechos y de la
libertad de las personas, todo lo contrario que en EE.UU., por ejemplo. La
dictadura era tan monstruosa que Lenin obligó a todo el mundo a enrolarse en el
ejército, además de insistir en el empleo de la fuerza sin ningún tipo de
limitación:
“No debemos temer el empleo de los métodos dictatoriales
para acelerar el progreso del capitalismo del Estado. Más todavía que Pedro el
Grande, precipitando la introducción del occidentalismo en la Rusia bárbara,
sin tener escrúpulos para emplear métodos bárbaros, nosotros debemos tratar de
aclimatar el capitalismo del Estado” ( I I ). Sin comentarios.
¿Quién se atrevía a denunciar o a
protestar ante esta situación? Pues sencillamente nadie. El miedo y el temor
así lo exigían.
En la próxima entrega veremos
cómo el gobierno engañaba al pueblo con la “felicidad colectivista”
Continuará.
( I ) y ( I I ).- “El
imperio soviético”, autor
Dionisio R. Napal, Editorial Stella Maris, Buenos Aires 1932, páginas 170 y 171.
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