Como decíamos en la anterior
entrega, en ésta veremos cómo el gobierno engañaba al pueblo con lo de la
“felicidad colectivista”.
Bajo la dirección de la
burocracia comunista, campesinos y obreros se debatían en la servidumbre. Los
sueños de grandeza brillaban por su ausencia. El mismo Lenin no conseguía ni
podía transformar por arte de birlibirloque, la idiosincrasia de un pueblo
psíquica y étnicamente variado y complejo que, además, ocupaba una gran
extensión de terreno.
Muchas veces las masas, de las
que tanto habla la doctrina marxista, protestaban contra la jefatura tiránica
del partido, partido que al fin y a la postre había salido de su seno. Otras
veces no tuvieron más remedio que escuchar discursos y monsergas típicas, como
la que soltó Bujarin en 1925 a la juventud comunista rusa:
“Cuando la clase obrera no se halla en el gobierno, debe
pensar en destruir su poder y en romper las relaciones existentes entre las
diversas clases; no necesita entonces pensar en consolidar la economía
nacional. Pero una vez en el poder, los problemas cambian.
No bien la sociedad comunista se halle consolidada y
desarrollada, las producciones serán abundantes, y cada uno podrá tomar lo que
necesite . . .cada cual retirará de la factoría comunal lo que precise. El dinero no tendrá valor” ( I ). En fin, sin
comentarios.
En una palabra: los trabajadores,
mientras no lleguen a la soñada época de la “felicidad colectiva”, muy distante
y problemática, están obligados a esforzarse para construir una gran economía
nacional, evitando huelgas y todo tipo de manifestaciones contra el poder.
En la próxima entrega veremos el
“modus vivendi” de los desesperados trabajadores de la URSS.
Continuará.
( I ).- “El imperio soviético”, autor Dionisio R. Napal, Editorial Stella Maris, Buenos Aires 1932,
páginas 171 y 172.
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