miércoles, 27 de diciembre de 2023

“El futuro pertenece a la libertad” ( I )


 

Así se intitula el libro de Edvard Shevardnadze, Ediciones B, S.A., Barcelona 1991, 266 páginas.

La obra consta de nueve capítulos y un añadido intitulado “Agosto del 91. Las ‘sombras’ salen a la luz”. Bajo nuestra modesta opinión, el capítulo más interesante es el número 9, página 211, que tiene el título un poco largo:  “El día de Chernobil y Arrepentimiento. ¿Qué camino conduce al templo? He hecho una elección”. A este capítulo le vamos a dedicar otra entrega transcribiendo lo que en él dice el autor. Como siempre decimos, libro recomendado para los fanáticos del comunismo que viven tranquilamente en el mundo capitalista, sin haber sufrido en sus cuerpos y almas las consecuencias de esta horrorosa y horrible dictadura.

Antes de nada, vamos a hacer una somera biografía del autor que, obviamente, no tiene nada de fascista, ni de “lacayo del imperialismo”, ni  pertenece a la “conspiración vaticanista judeo-cristiana”, etc, etc.

Nació en Georgia en 1928, cursando los estudios sobre Historia, fue profesor sobre esta disciplina durante un año, pero pronto dejó esta actividad para dedicarse a la política. En 1946 se afilió a la Liga de Juventudes Comunistas (Komsomol), llegando rápidamente a ser secretario. Dos años después, en 1948, ingresa en el Partido Comunista de todas las Rusias, nombre éste que se daba al PCUS hasta 1952. Falleció en julio de 2.014.

En 1985,  Mijail Gorbachov, que a la sazón era secretario general de dicho PCUS, procedió a renovar la nomenklatura del partido con gente joven y partidaria de su proyecto de reformación, destacando Shevardnadze como el más afín a dicho proyecto. En ese mismo año, Mijail le nombró ministro de Asuntos Exteriores, sustituyendo al caduco Andrei Gromiko que, como recordarán, en 1983 dio la orden derribar un avión surcoreano con 269 personas abordo, pereciendo todas, dando la disculpa mentirosa de que era un avión espía, diciendo aquello de que “El espacio de la Unión Soviética es sagrado”.

Con la perestroika de Gorvachov, Shevardnadze se dio cuenta de que el PCUS era perjudicial para sacar a la URSS del marasmo en el que se encontraba. A mediados de 1991, después de dirigirse a todos los demócratas de la desaparecida URSS para encauzar el nuevo proyecto presentó, junto con otras personas, entre las que se encontraban los alcaldes de Moscú y Lningrado, el Movimiento por las Reformas Democráticas, a la vez que, después de hacer una gira por Europa occidental, presentaba el libro que estamos comentando.

En agosto de ese mismo año 1991 se produjo un golpe de Estado, pronosticado por el propio Shevardnadze, en el que participaron los altos jerarcas del Ejecutivo, así como de las Fuerzas Armadas y, como no, de la KGB, aprovechando que Gorbachov estaba de vacaciones en Crimea. El resto de la historia es de sobra conocido.

Dicho esto, vamos al capítulo 9, página 211, del que hablábamos más arriba. Dice así:

“EL DÍA DE CHERNÓBIL Y ARREPENTIMIENTO.

 ¿QUÉ CAMINO CONDUCE AL TEMPLO?

HE HECHO UNA ELECCIÓN

 La mañana se inició con el estrépito de los teléfonos que habitual­mente permanecían silenciosos a esa hora del día. Tuve que posponer la reunión de todos los lunes para poder responder a las ansiosas preguntas que, de hecho, se reducían a una sola: ¿qué ha sucedido? Tal como se presentaban las cosas, nada podía ofrecer como respuesta. En aquellas primeras horas, aún no sabía nada sobre el accidente ocurrido en una de nuestras centrales nucleares. Todos los intentos por obtener informa­ción de las fuentes a las que yo tenía acceso fueron completamente in­fructuosos. «Sí —me decían aquellos a quienes preguntaba—, algo ha sucedido en Ucrania, pero aún no hemos podido saber qué ha pasado exactamente.»

 La información era escasa e irregular y no nos permitía descubrir los hechos.

 Gorbachov me telefoneó y me pidió que fuera a su despacho. Para entonces, unos quince embajadores habían solicitado entrevistarse con­migo o con mis ayudantes. Su prisa estaba motivada por las instruccio­nes que habían recibido de sus gobiernos en el sentido de que solicitaran nuestras explicaciones con respecto a los elementos radiactivos que ha­bían aparecido en la atmósfera, el suelo y el agua de sus países.

Aquel asunto olía a escándalo.

 Salía ya de mi despacho cuando mi ayudante me informó de que so­naba de nuevo el teléfono. En aquella ocasión se trataba de la pelícu­la Arrepentimiento, dirigida por Tenghiz Abuladze. La había terminado en 1984, pero no había conseguido que se proyectara. La película compartió el destino de tantas otras buenas películas: se prohibió su exhibición y quedó arrinconada. Abuladze me pedía consejo: ¿podría él pedir ayuda a Gorbachov y apelar al congreso de directores de cine, que iba a inaugurarse el 12 de mayo?”

 Continuará.



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